(Domingo V - TC - Ciclo C - 2013)
“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 1-11). Los judíos llevan a una
mujer, sorprendida en adulterio, ante la presencia de Jesús. La han sorprendido
cometiendo una falta contra la ley mosaica y han dictaminado ya, antes de
llevarla a Jesús, cuál es la pena que se debe aplicar: la lapidación. Sorprende,
para nuestra mentalidad moderna, del siglo XXI, una pena tan brutal, y
sorprende más el saber que esa pena había sido aprobada nada menos que por
Moisés, pero la sorpresa por la brutalidad de la ejecución, da lugar a otra
sorpresa, y es que la pena es impuesta no porque Dios lo quisiera así, sino
porque lo permite, debido a la dureza del corazón del hombre. La caída de la
humanidad, del estado de gracia original, al estado de ausencia de gracia por
el pecado original, ha arrojado al hombre a un mundo sorprendentemente brutal,
un mundo sin Dios y sin su misericordia. La brutalidad de la ejecución de la
mujer, la lapidación, así como también otras muestras de barbarie cometidas por
el hombre contra el hombre, son un pálido reflejo de la devastación que ha
producido el pecado en el interior del hombre, devastación y desolación que han
sofocado, aplastado, destruido y expulsado de su corazón al Amor de Dios. Y sin
Amor de Dios, no hay ni amor, ni compasión, ni piedad en el hombre, y es esto
lo que explica la dureza del castigo que quieren aplicar a la mujer adúltera.
Lo que puede apreciarse en este pasaje evangélico es que, en
el Antiguo Testamento, la vivencia de la Ley de Dios es más bien material,
extrínseca, y no llega al corazón del hombre, lo cual conduce a situaciones
como esta: ante una violación de la ley, se debe aplicar el castigo
correspondiente, sin dar lugar, en el que acusa, a la compasión, al perdón,
a la misericordia; sin dar lugar, en el
acusado, al arrepentimiento, al pedido de perdón, a la posibilidad de reparar
el daño cometido. Se comete la falta y se la castiga con todo el peso de la ley,
sin reparar que el que castiga, también comete faltas, y que el que debe
recibir el castigo, tiene también la posibilidad de recibir el perdón.
Jesús, por el contrario, trae la Ley Nueva de la Caridad,
ley cuyo fundamento es el amor sobrenatural a Dios y al prójimo, y cuya esencia
es la compasión y la misericordia. Pero además, la novedad de la Ley Nueva de
Jesús es que siendo Dios, Jesús concede la verdadera introspección, por medio
de la iluminación de la conciencia a través de la gracia. Junto a la
formulación de la Ley Nueva, Jesús otorga la gracia santificante, que es una
luz surgida de su Ser trinitario, por medio de la cual la conciencia humana es
iluminada con esta luz celestial, y así puede ver en su interior y descubrirse
a sí mismo en su estado frente a Dios. La luz de la gracia, concedida por
Jesús, permite al hombre ser consciente de su estado frente a Dios y a su Ley,
y es así que, gracias a la iluminación interior por la gracia, el hombre se da
cuenta que, sin Dios y su gracia, en él sólo hay pecado y miseria; por la luz
que le concede la gracia de Cristo, el hombre se da cuenta de que sin Dios y su
gracia, él es “nada más pecado”, como dicen los santos; sin Dios y su gracia,
el hombre se da cuenta de que, siendo él mismo pecador, no está en grado alguno
de juzgar y mucho menos condenar y castigar a su prójimo, tanto más cuanto que
la luz de la gracia santificante, que lo ilumina, puesto que se trata de una participación
a la Luz eterna del Ser trinitario, Ser que es Amor en Acto Puro, le concede,
al tiempo que la ilumina y le hace ver su miseria, la participación en el Amor
divino, lo cual vuelve imperiosa la misericordia. Sin embargo, el hombre es
libre, y puede rechazar voluntariamente el don de la gracia divina, gracia que
le hace ver, a un mismo tiempo, su condición de “nada más pecado” y la
necesidad absoluta de comunicar el Amor de Dios a su prójimo, que es pecador
como él, como condición sine qua non para vivir del Amor divino.
Es por esto que un cristiano que no perdona, que no se
conduele de las debilidades del prójimo, que busca en el prójimo sólo acusar,
juzgar y castigar, que levanta su dedo acusador y su mano castigadora, en vez
de inclinarse al perdón, a la compasión, a la misericordia, es un
contra-sentido, una negación viviente del Amor de Dios, un impostor y
embaucador, un hipócrita y un falso, un mentiroso, aliado del Príncipe de la
mentira, un homicida, aliado del “Homicida desde el principio”, un cainita que abre
la boca para condenar a su hermano y levanta su mano para castigar; ese tal
cristiano, lo es sólo de nombre, porque más que cristianos, es un hombre de las
tinieblas, que se sumerge voluntariamente en la más negra oscuridad del
espíritu al negar la Luz eterna, Cristo Jesús, que le manda imperativamente
amar, perdonar, compadecerse del prójimo que ha pecado.
Cristo
Jesús no solo formula una Nueva Ley, sino que concede además la gracia
santificante, que es una luz que permite la iluminación de la conciencia, por
medio de la cual el hombre se reconoce en su verdadero estado frente a Dios: “nada
más pecado”, y por medio de la cual se le hace imperativo convertirse en un
canal viviente de la misericordia divina, es decir, ser un portal abierto del
Amor de Dios hacia sus prójimos, si es que quiere él mismo participar y vivir
en su plenitud del Amor y de la Misericordia Divina.
La
iluminación que proporciona la gracia santificante de Cristo, por medio de la
cual el hombre realiza la introspección verdadera, la que conduce a descubrirse
como pecador y a estar necesitado del perdón divino porque él no es Dios, es la
verdadera iluminación de la conciencia, opuesta a la falsa introspección gnóstica
propiciada por la Nueva Era, la introspección de la meditación trascendental,
del yoga, del budismo, de las religiones orientales, del paganismo, todas las
cuales conducen al endiosamiento propio y a la negación del verdadero Dios.
Si
el cristiano no se deja iluminar por la luz de Cristo, por Cristo, que es Luz
eterna, luz por medio de la cual descubrirá que sólo Cristo es Dios y que Él, con
su sacrificio en Cruz, ha derramado su Sangre para perdonarlo y para que sea
misericordioso con su prójimo, si no hace así, el cristiano se convertirá en
cristiano gnóstico, porque al rechazar la luz de la gracia, se verá envuelto en
la oscuridad del gnosticismo, en la cual se creerá que es una chispa de la
divinidad, que no tiene necesidad de ser perdonado y tampoco de perdonar, y así
se convertirá en verdugo de su prójimo.
Es
por esto que el cristiano gnóstico se comporta como los fariseos, porque al
rechazar la luz de la gracia, queda envuelto en la contemplación de sí mismo,
que le hace creer erróneamente que es justo y que por ese motivo tiene derecho
a juzgar, condenar y castigar al prójimo.
“El que esté libre de pecado, que tire la
primera piedra”. Un cristiano auténtico se diferencia del cristiano gnóstico o
acuariano, o Nueva Era, en que el cristiano auténtico, aquel que se deja
iluminar por la gracia de Jesucristo, se reconoce pecador y necesitado de
misericordia, además de ser consciente de que no le corresponde juzgar,
condenar o castigar a su prójimo; el cristiano gnóstico, el que rechaza la gracia,
por el contrario, se erige en juez y verdugo de su prójimo, el que levanta la
mano para tirar la primera piedra.
Amen! Palabras para la reflexion de la humanidad.
ResponderEliminar3 Mandamiento.= Los Diez Mandamientos
ResponderEliminar…3No tendrás otros dioses delante de mí. 4No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 5No los adorarás ni los servirás; porque yo, el SEÑOR tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,…