(Ciclo A - 2013-14)
La Iglesia, reunida alrededor del
Pesebre de Belén en Nochebuena, está de fiesta, celebra, canta, exulta de
alegría, se alegra con gozo indecible en la Nochebuena. A pesar de ser Noche
-por eso es Nochebuena-, la Iglesia se ve colmada con una luz más brillante y
esplendorosa que la luz de mil millones de soles juntos. A pesar de ser de
Noche, en la Iglesia brilla un Sol cuya luz opaca y reduce a la sombra más
oscura a los soles más brillantes de las galaxias del universo.
La causa de tanta
alegría y de tanta luz está en el Pesebre de Belén. ¿Por qué? Si viéramos la
escena del Pesebre con ojos humanos, no podríamos explicarnos el motivo de
tanta alegría, de tanta luz, de tanto gozo.
Visto con ojos humanos,
el Pesebre de Belén nos muestra simplemente a un niño que acaba de nacer; un
niño al cual su madre, primeriza, ha envuelto en pañales; un niño cuyo padre
-aparentemente es su padre- ha encendido un fuego en la gruta para atenuar el
intenso frío; un niño cuyos únicos espectadores de su nacimiento, además de su
madre y de su padre, son dos animales, un buey y un burro que, por otra parte,
parecerían ser los dueños de la gruta. Visto con ojos humanos, el Pesebre de
Belén nos muestra un nacimiento, igual al de tantos otros nacimientos de niños
a lo largo de la historia, con la particularidad de que este se ha producido en
un lugar frío y oscuro, la gruta de Belén, en medio de la noche.
Pero no podemos ver la
escena de Nochebuena con ojos humanos; no podemos ver la escena de Nochebuena
con la débil luz de la razón humana, porque si así hacemos, quedará para
nosotros oculto completamente el motivo de la alegría, del gozo y de la dicha
de la Iglesia.
La escena de Nochebuena
sólo puede ser vista con los ojos de la fe, porque es la fe la que nos da la
verdadera comprensión de lo sucedido en el Portal de Belén y, por lo tanto, la
fe es la que nos explica el motivo de tanta alegría y gozo en esta noche, que
es la Nochebuena. La fe nos dice que ese Niño recién nacido no es un niño más,
sino el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, que ha venido a
nuestro mundo para derrotar para siempre a las tinieblas vivientes, los ángeles
caídos, porque Él es Dios Invicto y Todopoderoso, y a las tinieblas de la mente
y el corazón, producto del pecado, porque Él es la Gracia Increada y la
Sabiduría misma de Dios; la fe nos dice que ese Niño ha venido para vencer a la
muerte, porque ese Niño es la Vida Increada en sí misma y Fuente de toda vida
creada; la fe nos dice que ese Niño ha venido a nuestro mundo para iluminar a
las almas con su luz, que es la Luz eterna de Dios, porque Él es “la luz del
mundo”, Él es la “lámpara de la Jerusalén celestial”, el Cordero que ilumina
con su luz radiante a los ángeles y a los santos en el cielo, y en la tierra
ilumina a la Iglesia con la luz de la Verdad, de la Fe y de la Gracia; la fe
nos dice que ese Niño recién nacido, al cual su Madre debe amamantar para
calmar su hambre, es Dios de majestad infinita, que tiene hambre del amor de
los hombres y sed de sus buenos deseos y buenas obras; la fe nos dice que ese
Niño recién nacido, al cual su Madre debe envolver en pañales y mantas para
protegerlo del frío, es el Dios Creador, el que vistió todas las cosas con su
hermosura, el que creó todo el universo visible e invisible, y ahora necesita
del abrigo y la protección de su Madre; la fe nos dice que ese Niño recién
nacido, que extiende sus bracitos en el Pesebre, pidiendo ser alzado en brazos,
es el Niño Dios que, de grande, extenderá sus brazos en la Cruz, para abrazar a
toda la humanidad en sus poderosos brazos y llevarla reconciliada al Padre; la
fe nos dice que ese Niño, que llora por el frío y el hambre en su cuna, es Dios
hecho Niño, que llora con lágrimas humanas por la frialdad y oscuridad del
corazón humano y que para calmar el hambre del amor de Dios que tiene toda alma
humana, se entregará a sí mismo como Eucaristía, como Pan de Vida eterna, como
Carne de Cordero, resucitada y gloriosa, y como Vino de la Alianza Nueva y
Eterna, en la Santa Misa, en el Banquete celestial que el Padre organiza para
sus hijos pródigos.
Porque la fe nos dice
que el Niño de Belén es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, es que la
Iglesia canta, exulta de gozo, se alegra con alegría indecible, celebra, y hace
fiesta, en la Santa Misa de Nochebuena.
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