viernes, 27 de diciembre de 2013

Octava de Navidad 4 2013




         En el Inicio del Evangelio de Juan (1, 1-5. 9-14), está la descripción del Nacimiento del Niño Dios en el Pesebre de Belén. Dice así el Evangelista Juan:

1 En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
El Niño que nace en el Pesebre de Belén es Dios Hijo, es la Palabra de Dios, y en cuanto Palabra de Dios, es Palabra eternamente pronunciada por el Padre, y por eso “estaba con Dios” y “era Dios”. El Niño del Pesebre de Belén es la Palabra de Dios, eternamente pronunciada y encarnada y manifestada visiblemente como Niño recién nacido. El que ve al Niño, ve a la Palabra del Padre pronunciada sobre los hombres y para los hombres, para su salvación.

2 Ella estaba en el principio con Dios.
El Niño de Belén aparece, se manifiesta, en el tiempo, naciendo de María Virgen, pero “estaba en el principio con Dios”, porque Él es la Palabra de Dios, eternamente pronunciada por el Padre, y por eso es que está “desde el principio” con Él.

3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.
Todo lo que existe lo hizo Dios con su Palabra, es decir, el Niño de Belén, y lo hizo para Él, para el Niño de Belén. Nada de lo que existe se hizo sin el Niño de Belén, la Palabra de Dios encarnada.


4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,
La Palabra de Dios es Vida y Vida eterna; la Palabra de Dios es Luz y Luz eterna; la Palabra de Dios encarnada, el Niño de Belén, ilumina con luz divina y da vida eterna a quien se le acerca a contemplarlo y adorarlo en la pobre gruta de Belén. Quien adora al Niño de Belén no vive en la oscuridad ni en la muerte, aun cuando viva en este mundo inmerso “en tinieblas y en sombras de muerte”, porque el Niño de Belén, Luz eterna y Vida divina en sí misma, ilumina y vivifica con su luz viva a todo aquel que se acerca y se postra ante Él en adoración y acción de gracias.

5 y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
La Luz eterna que es Dios Niño, brilla en las tinieblas del mundo e ilumina la noche de su Nacimiento, convirtiendo a la noche tenebrosa del mundo sin Dios en Nochebuena, en Noche Santa, porque es iluminada por la Palabra de Dios encarnada, Palabra que es Luz Increada, ante cuya Presencia las tinieblas del error, de la ignorancia, de la mentira, no pueden prevalecer, pero tampoco pueden prevalecer las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, convertidos en sombras de muerte eterna por propia decisión. Frente al Niño de Belén, Luz eterna que proviene de la Luz eterna, no prevalecen las Puertas del Infierno.

9 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Todo hombre, desde Adán y Eva, hasta el último hombre nacido en el Último Día de la historia humana, es iluminado por el Niño de Belén, la Palabra de Dios encarnada, y quien no se deja iluminar por Él, vive en tinieblas.

10 En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.
La Palabra de Dios estaba en el mundo, porque todo fue creado por la Divina Sabiduría, pero cuando la Divina Sabiduría tomó forma de Niño para manifestarse visiblemente a los hombres, estos no la conocieron, porque estaban cegados en sus propias tinieblas.

11 Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Vino a su Casa Santa, el seno Virgen de María Santísima, y vino a nacer en Belén, Casa de Pan, pero su Pueblo no lo recibió, porque prefirió habitar en ricos albergues llenos de placeres terrenos pero vacíos de Dios, antes que acudir a adorar el Niño Dios, Palabra eterna del Padre encarnada en el seno de la Virgen Madre y manifestado al mundo como Niño recién nacido. La Palabra de Dios vino al mundo para donarse como Pan de Vida eterna, pero los suyos no lo recibieron, porque prefirieron atiborrarse con los manjares del mundo, antes que satisfacer el hambre de Amor Divino con la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo glorioso y resucitado del Niño de Belén.


12 Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;
A los pastores, a los Reyes Magos, y a todos los hombres de buena voluntad, que sí reconocen en el Niño de Belén a la Palabra de Dios hecha carne, Dios les concedió el ser hijos suyos muy queridos, adoptados al pie de la Cruz, bañados en la Sangre del Cordero y regenerados en el agua del Bautismo.

13 la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.
El Niño Dios no nació de la carne y de la sangre, porque el matrimonio entre San José y María Virgen era meramente legal y su trato fue el amor casto y puro de hermanos; en la concepción de la Palabra en el seno virginal de María no intervino varón alguno, porque la Palabra fue engendrada en la eternidad en el seno de Dios Padre y fue engendrada en el tiempo en el seno de la Virgen Madre por obra del Espíritu Santo, el Amor Divino. La Palabra hecha Niño no nació de la carne y de la sangre, sino de Dios.

14 Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
La Palabra eterna del Padre se encarnó en el tiempo en el seno virgen de María Santísima, y puso su Morada entre nosotros: su Morada es el Tabernáculo Viviente, el Sagrario más precioso que el oro, el seno virginal de la Madre de Dios; su Morada es el Pesebre de Belén; su Morada es el altar eucarístico; su Morada es todo sagrario y tabernáculo en donde se encuentra la Eucaristía, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor. Quien contempla al Niño de Belén en el Pesebre; quien contempla al Niño de Belén oculto en la Eucaristía, ve su gloria, que es la gloria que recibió eternamente del Padre, por ser su Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Y quien, luego de contemplar y adorar, comulga adorando a la Palabra hecha Carne santa y resucitada, el Cuerpo glorioso del Niño Dios en la Eucaristía, recibe de Él su gracia, su gloria, su vida eterna, su luz divina y su Amor Eterno.

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