En el Inicio del Evangelio de Juan (1, 1-5. 9-14), está la descripción
del Nacimiento del Niño Dios en el Pesebre de Belén. Dice así el Evangelista
Juan:
1
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra
era Dios.
El Niño que nace en el Pesebre de
Belén es Dios Hijo, es la Palabra de Dios, y en cuanto Palabra de Dios, es
Palabra eternamente pronunciada por el Padre, y por eso “estaba con Dios” y
“era Dios”. El Niño del Pesebre de Belén es la Palabra de Dios, eternamente
pronunciada y encarnada y manifestada visiblemente como Niño recién nacido. El
que ve al Niño, ve a la Palabra del Padre pronunciada sobre los hombres y para
los hombres, para su salvación.
2
Ella estaba en el principio con Dios.
El Niño de Belén aparece, se
manifiesta, en el tiempo, naciendo de María Virgen, pero “estaba en el
principio con Dios”, porque Él es la Palabra de Dios, eternamente pronunciada
por el Padre, y por eso es que está “desde el principio” con Él.
3
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.
Todo lo que existe lo hizo Dios con
su Palabra, es decir, el Niño de Belén, y lo hizo para Él, para el Niño de
Belén. Nada de lo que existe se hizo sin el Niño de Belén, la Palabra de Dios
encarnada.
4
En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,
La Palabra de Dios es Vida y Vida
eterna; la Palabra de Dios es Luz y Luz eterna; la Palabra de Dios encarnada,
el Niño de Belén, ilumina con luz divina y da vida eterna a quien se le acerca
a contemplarlo y adorarlo en la pobre gruta de Belén. Quien adora al Niño de
Belén no vive en la oscuridad ni en la muerte, aun cuando viva en este mundo
inmerso “en tinieblas y en sombras de muerte”, porque el Niño de Belén, Luz
eterna y Vida divina en sí misma, ilumina y vivifica con su luz viva a todo aquel
que se acerca y se postra ante Él en adoración y acción de gracias.
5
y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
La Luz eterna que es Dios Niño,
brilla en las tinieblas del mundo e ilumina la noche de su Nacimiento,
convirtiendo a la noche tenebrosa del mundo sin Dios en Nochebuena, en Noche
Santa, porque es iluminada por la Palabra de Dios encarnada, Palabra que es Luz
Increada, ante cuya Presencia las tinieblas del error, de la ignorancia, de la
mentira, no pueden prevalecer, pero tampoco pueden prevalecer las tinieblas
vivientes, los ángeles apóstatas, convertidos en sombras de muerte eterna por
propia decisión. Frente al Niño de Belén, Luz eterna que proviene de la Luz
eterna, no prevalecen las Puertas del Infierno.
9
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo.
Todo hombre, desde Adán y Eva,
hasta el último hombre nacido en el Último Día de la historia humana, es
iluminado por el Niño de Belén, la Palabra de Dios encarnada, y quien no se
deja iluminar por Él, vive en tinieblas.
10
En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.
La Palabra de Dios estaba en el
mundo, porque todo fue creado por la Divina Sabiduría, pero cuando la Divina
Sabiduría tomó forma de Niño para manifestarse visiblemente a los hombres,
estos no la conocieron, porque estaban cegados en sus propias tinieblas.
11
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Vino a su Casa Santa, el seno
Virgen de María Santísima, y vino a nacer en Belén, Casa de Pan, pero su Pueblo
no lo recibió, porque prefirió habitar en ricos albergues llenos de placeres
terrenos pero vacíos de Dios, antes que acudir a adorar el Niño Dios, Palabra
eterna del Padre encarnada en el seno de la Virgen Madre y manifestado al mundo
como Niño recién nacido. La Palabra de Dios vino al mundo para donarse como Pan
de Vida eterna, pero los suyos no lo recibieron, porque prefirieron atiborrarse
con los manjares del mundo, antes que satisfacer el hambre de Amor Divino con
la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo glorioso y resucitado del
Niño de Belén.
12
Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a
los que creen en su nombre;
A los pastores, a los Reyes Magos,
y a todos los hombres de buena voluntad, que sí reconocen en el Niño de Belén a
la Palabra de Dios hecha carne, Dios les concedió el ser hijos suyos muy
queridos, adoptados al pie de la Cruz, bañados en la Sangre del Cordero y
regenerados en el agua del Bautismo.
13
la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.
El Niño Dios no nació de la carne y
de la sangre, porque el matrimonio entre San José y María Virgen era meramente
legal y su trato fue el amor casto y puro de hermanos; en la concepción de la
Palabra en el seno virginal de María no intervino varón alguno, porque la
Palabra fue engendrada en la eternidad en el seno de Dios Padre y fue
engendrada en el tiempo en el seno de la Virgen Madre por obra del Espíritu
Santo, el Amor Divino. La Palabra hecha Niño no nació de la carne y de la
sangre, sino de Dios.
14
Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad.
La Palabra eterna del Padre se
encarnó en el tiempo en el seno virgen de María Santísima, y puso su Morada entre
nosotros: su Morada es el Tabernáculo Viviente, el Sagrario más precioso que el
oro, el seno virginal de la Madre de Dios; su Morada es el Pesebre de Belén; su
Morada es el altar eucarístico; su Morada es todo sagrario y tabernáculo en
donde se encuentra la Eucaristía, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y
su Amor. Quien contempla al Niño de Belén en el Pesebre; quien contempla al Niño
de Belén oculto en la Eucaristía, ve su gloria, que es la gloria que recibió
eternamente del Padre, por ser su Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Y
quien, luego de contemplar y adorar, comulga adorando a la Palabra hecha Carne
santa y resucitada, el Cuerpo glorioso del Niño Dios en la Eucaristía, recibe
de Él su gracia, su gloria, su vida eterna, su luz divina y su Amor Eterno.
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