jueves, 19 de diciembre de 2013

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”


“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 26-38). La escena de la Anunciación del Ángel Gabriel a la Virgen María pasa totalmente desapercibida para el mundo, desde el momento en que se produce en un pueblo pequeño y perdido de Palestina, muy lejos del centro del poder del mundo en ese momento, la Roma imperial, muy lejos de la capital religiosa del Pueblo Elegido, Jerusalén, y muy lejos de todo centro de poder mundano, puesto que el Anuncio es hecho a una humilde joven virgen, desconocida e ignorada por todos, menos por Dios.
Pero la sencillez, la humildad y el ocultamiento del Anuncio a los ojos del mundo, se contrastará luego con la magnitud de los efectos de ese anuncio aceptado por la Virgen con su “Fiat”, y es la salvación del género humano. Esto nos muestra que el decirle “Sí” a la Voluntad de Dios, como lo hace la Virgen, aunque en su momento parezca que no sucede nada o que se trata de algo insignificante, nunca es así, puesto que Dios obra con su infinito poder a través de lo que para el mundo no tiene valor ni significa nada y obra a través de sus instrumentos pequeñísimos de manera tal que, cuanto más pequeño es el instrumento, más muestra Dios su Omnipotencia, su Sabiduría y su Amor.
Con su “Fiat”, la Virgen es modelo perfectísimo de aceptación de la Voluntad Divina, y es por eso que debemos contemplarla en su “Sí” al Anuncio del Ángel, un “Sí” que abre las Puertas del cielo que de esta manera derrama sobre los hombres una bendición de alcance y magnitud imposibles de imaginar.
Al aceptar la Voluntad de Dios expresada en el anuncio del Ángel Gabriel, la Virgen da inicio al plan de salvación que la Trinidad ha dispuesto para la humanidad. Es la Trinidad en pleno la que interviene en el plan salvífico: Dios Padre dona a su Hijo; Dios Hijo obedece el mandato del Padre; Dios Espíritu Santo, el Amor del Padre y el Hijo, es el Don Final que sella con Amor Divino el perdón de Dios a los hombres, coronando así la obra de la salvación.
Con su “Fiat”, la Virgen da inicio a la obra más asombrosa que jamás hayan contemplado los hombres y los ángeles: la Encarnación de la Palabra del Padre, la unión hipostática, es decir, en la Persona del Verbo de Dios, de una humanidad creada, la humanidad de Jesús de Nazareth, humanidad que al contacto con la divinidad recibe de esta la plenitud de la santidad y así se convierte en la ofrenda agradable al Padre, ofrenda sacrificial que será inmolada en el ara de la Cruz para la salvación de los hombres.
Por el “Fiat” de la Virgen, la Palabra de Dios, Invisible en sí misma, se vuelve visible, porque al recibirla en su mente y en su Corazón Inmaculado primero y en su seno y útero virginal después, la Virgen le proveerá de su carne y de su sangre, para tejerle un cuerpo humano, un cuerpo que primero es embrión y que luego, cuando llegue a término, será dado a luz virginalmente como un Niño humano.
Por el “Fiat” de la Virgen el Dios omnipotente, que se hace frágil como un niño en su seno virginal, es cobijado, protegido, nutrido y alimentado con amor inefable por la Madre de Dios, para que luego de nacer como un Niño, una vez adulto, ofrezca su Cuerpo en la Cruz para derrotar con su Divino Poder a los tres enemigos mortales del hombre: el demonio, el mundo y la carne.
Por el “Fiat” de la Virgen, el Verbo de Dios, engendrado eternamente en el seno del Padre, es llevado por el Amor Divino al seno de la Virgen Madre, en el tiempo, para encarnarse y nacer virginalmente en el tiempo y así poder ofrecerse al mundo como Pan de Vida eterna para la salvación de los hombres.
Por el “Fiat” de la Virgen, Ella misma se convierte en modelo y anticipo de la transubstanciación eucarística obrada en la Santa Misa por el mismo Espíritu Santo que condujo al Verbo del Padre hasta su seno virginal: así como el Amor de Dios une a la Persona Increada del Hijo con la Humanidad santísima creada de Jesús, confeccionando así la Primera Eucaristía, al unir en el seno virginal de María a la Humanidad santísima de Jesús –Cuerpo, Sangre, Alma- con la Divinidad del Hijo de Dios, así esta Encarnación en el seno de la Virgen se continúa y prolonga en la Santa Misa, cuando el Espíritu Santo, una vez pronunciadas las palabras de la consagración por parte del sacerdote ministerial, convierte el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, confeccionando la Eucaristía en el altar eucarístico, tal como lo hizo en el seno de la Virgen en la plenitud de los tiempos.

Decir “Sí” a la Voluntad de Dios, como lo hizo la Virgen con su “Fiat” en la Anunciación, abre un mundo infinito de dones, regalos, gracias, venidas del Amor de Dios, cuya magnitud no puede ni siquiera imaginarse, ni en esta vida ni en la otra. La Virgen, con su “Fiat” inmediato a la Voluntad de Dios, es nuestro modelo para aceptar siempre y en todo momento la adorable, santísima y bondadosísima Voluntad Divina, que solo quiere darnos bienes y más bienes en el Niño Dios, que nacerá para Navidad.

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