Otros de los personajes que se nos presentan a la reflexión
en Nochebuena, al contemplar la escena del Pesebre de Belén, son los que
podemos llamar “propietarios” del Portal de Belén, un burro y un buey. De acuerdo
a lo que relata el Evangelio, José y María no encontraron lugar en los
albergues, ricos, cómodos, espaciosos y llenos de luz, por lo que, llegada ya
la hora del Parto, debieron acudir, sin mayores opciones, a un pobre, oscuro,
humilde, Portal de Belén, en donde finalmente nació el Niño Dios. La razón de
la precariedad, pobreza y oscuridad del Portal de Belén, es que se trataba en
realidad de un refugio de animales; en concreto, un buey y un burro.
De
este hecho resaltan, entre otras cosas, la infinita humildad y el infinito Amor
del Hijo de Dios, porque siendo Dios omnipotente, Creador del universo visible
e invisible, eligió nacer en un pobre, oscuro y humilde refugio de animales, el
cual, para colmo de males, mostraba en su interior el producto de la fisiología
digestiva animal, que la Virgen encinta, debió limpiar, mientras San José
conseguía leña para combatir, con el fuego, la oscuridad y el frío del Portal.
Tanto
los albergues ricos de Belén, como el Portal humilde donde finalmente nació el
Redentor, son símbolos de realidades espirituales y ultraterrenas. Los albergues
ricos, llenos de comodidades, bien iluminados, atiborrados de manjares y
bebidas, y con gente que canta y baila, son una representación simbólica del corazón
humano sin Dios, que al no poseer a Dios y su Amor, trata de saciar su sed de
felicidad en la materia, el dinero, la diversión mundana.
Pero
el pobre Portal de Belén, con sus animales y con sus características de
pobreza, oscuridad y humildad, es símbolo de una realidad espiritual, el corazón
del hombre también sin Dios y su gracia, que por esto mismo es oscuro, frío y
pobre espiritualmente. A su vez, los animales irracionales, los “propietarios”
del Portal de Belén, son símbolos de las pasiones humanas que sin el control de
la razón, dominan al corazón del hombre y lo ocupan de todo, sin dejar lugar
para Dios. Las pasiones en sí mismas no son malas; son malas en cuanto dejan de
estar bajo el control de la razón, y dejan de estar bajo el control de la razón
cuando la gracia está ausente del alma, y es esto lo que simbolizan los
animales del Portal, el burro y el buey.
Pero
una vez que el Niño nace, la situación en el Pesebre cambia porque cuando la
Madre de Dios deja al Niño en su cuna para adorarlo, los animales a su vez se
acercan al Niño y le dan calor: son símbolo de las pasiones humanas que, debido
a la acción de la gracia sobre la razón, son controladas por el hombre y
puestas al servicio de Dios.
Al
nacer el Niño, el Portal se ilumina con la luz que brota del Ser trinitario
divino del Niño Dios; la Madre de Dios y San José lo adoran profundamente, y el
buey y el burro, “propietarios” del Portal, también doblan sus patas anteriores
y se postran ante su Creador. El Portal de Belén, en Nochebuena, es símbolo del
corazón humano que, iluminado por la gracia, controla sus pasiones por medio de
la razón y se inclina con todo su ser, en adoración, ante su Dios, que ha
nacido en él como un Niño.
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