lunes, 2 de diciembre de 2013

“Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños”


“Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños” (Lc 10, 21-24). Jesús alaba a Dios Padre porque “ha ocultado ‘estas cosas’ a los mundanos, es decir, a los “sabios y prudentes”, y las ha revelado “a los pequeños”, es decir, a los que no cuentan para el mundo, las almas sencillas y carentes de atractivo para el mundo.
¿Qué son ‘estas cosas’ ocultadas a los mundanos y reveladas a los pequeños?
Son los grandes misterios del cielo revelados por Jesús, misterios que permanecen velados a la razón natural y mucho más a la razón oscurecida por la soberbia: el misterio de ser Dios Uno en Naturaleza y Trino en Personas y el misterio de la actuación de la Trinidad de Personas en la Santa Misa, de modo que para los mundanos la Trinidad no existe, pero para las almas pequeñas sí y obra en el mundo y sobre todo en la Iglesia, en la Santa Misa que, como toda la Creación, es obra de las Tres Divinas Personas; el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María Virgen y el misterio de la prolongación de esa Encarnación en la Eucaristía, de modo que para los mundanos la Eucaristía es solo un pan bendecido sin otro valor que el de un rito religioso del pasado que no es necesario para nada, mientras que para las almas pequeñas la Eucaristía es la Fuente de sus vidas, la razón de ser, la fuerza que los sostiene en el diario vivir y la meta y objetivo final de su existencia terrena; el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús y el misterio de su actualización en la Santa Misa, de modo que para los mundanos la Pasión y la Misa son eventos “aburridos” que se suplantan fácilmente con eventos mundanos “divertidos”, mientras que para las almas pequeñas tanto la Pasión como su actualización sacramental, la Santa Misa, constituyen el manantial inagotable de gracias; el misterio del perdón del fruto del corazón humano, el pecado, y la conversión del corazón del hombre en un nido de luz en donde inhabita la dulce paloma del Espíritu Santo, de modo que para los mundanos la confesión sacramental es un rito religioso que puede ser suplantado por terapia psicológica, mientras que para las almas pequeñas es la llave que abre las Puertas de la Misericordia Divina para el alma.

“Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños”. Dios Padre oculta los grandes misterios de la liturgia a los que el orgullo y la soberbia mundana los hace considerarse “sabios y prudentes”, pero envía el Espíritu Santo a quien se lo pide, para iluminar las mentes y corazones de quienes son insignificantes para el mundo.

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