sábado, 28 de diciembre de 2013

Octava de Navidad 5 2013





Cuando se mira la escena del Pesebre de Belén, apenas transcurrida la Nochebuena, y se la desconecta del dato de la fe, se cae inevitablemente en una visión edulcorada del Nacimiento, que no se condice con la misteriosa realidad que este representa. En efecto, el mirar el Pesebre de Belén, sin tener en cuenta la fe de la Iglesia en Cristo Jesús -la fe del Credo- y su misterio pascual salvífico, lleva a mirar una realidad meramente humana, puesto que lo que se ve, es una familia humana, en un todo igual a miles de millones de otras familias humanas. ¿Qué es lo que ve la razón sin fe? Una madre primeriza, un niño recién nacido, envuelto en pañales, llorando por el frío y el hambre, un hombre que es su padre, un pobre refugio de animales, que ha servido de lugar de nacimiento para el niño y, finalmente, los “propietarios” del Portal, un burro y un buey que, con sus respectivos cuerpos animales, proporcionan algo de calor al niño en el frío de la noche. Sin la luz de la fe, la escena del Pesebre de Belén es una escena familiar más, y así muchos podrían creer que el cristianismo es una religión cuyo único sentido es pedirle al hombre que sea más “bueno”, pero no “santo”, porque la santidad no entra en esta visión de la razón sin fe. El cristianismo sería una religión del “buenismo” moral, que no tendría otro mensaje para dar a la humanidad que el de simplemente ser “mejores” y “más buenos”, y así su mensaje sería meramente moral, y no se diferenciaría prácticamente en nada de otras religiones que, con otro lenguaje, dicen lo mismo. 
 

Sin embargo, la escena del Pesebre de Belén no se puede ver con la sola luz de la razón; para descubrir su realidad mistérica última, es necesario contemplar la escena a la luz de la razón iluminada por la luz de la fe de la Iglesia en Cristo. Para saber de qué estamos hablando, recurramos a los santos, que precisamente son santos porque se han santificado al vivir y morir por la fe y en la fe de la Iglesia. En este caso, recurrimos a la Beata Ana Catalina Emmerich, quien lejos de mostrarnos una visión edulcorada de Nochebuena, nos la presenta en toda su cruda realidad de hecho salvífico de la vida de Jesús. Dice así esta santa: “Lo vi recién nacido (al Niño Dios) y vi a otros niños venir al pesebre a maltratarlo. La Madre de Dios no estaba presente y no podía defenderlo. Llegaban con todo género de varas y látigos y le herían en el rostro, del cual brotaba sangre y todavía presentaba el Niño las manos como para defenderse benignamente; pero los niños más tiernos le daban golpes en ellas con malicia. A algunos sus padres les enderezaban las varas para que siguieran hiriendo con ellas al Niño Jesús. Venían con espinas, ortigas, azotes y varas de distinto género, y cada cosa tenía su significación (…) Vi crecer al Niño y que se consumaban en Él todos los tormentos de la crucifixión. ¡Qué triste y horrible espectáculo! Lo vi golpeado y azotado, coronado de espinas, puesto y clavado en una cruz, herido su costado; vi toda la Pasión de Cristo en el Niño. Causaba horror el verlo. Cuando el Niño estaba clavado en la cruz, me dijo: “Esto he padecido desde que fui concebido hasta el tiempo en que se han consumado exteriormente todos estos padecimientos”.

Es esta la realidad última del Pesebre de Belén: el Niño Dios, recién nacido, ¡golpeado por otros niños! Y cuando este Niño crece, continúa recibiendo golpes, y hasta azotado, coronado de espinas y crucificado, aun antes de ser adulto. ¿Por qué? Porque esta es la realidad de la Nochebuena: Dios Padre nos envía a su Hijo, Dios, que se nos manifiesta como Niño, para donarnos su Amor, Dios Espíritu Santo, pero nosotros, los hombres, con nuestros pecados, rechazamos al Amor Divino encarnado en el Niño Dios, y lo golpeamos. Es esta realidad la que describe el Evangelista: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. Es decir, la realidad de la Nochebuena y de la Navidad es que, de parte de Dios, solo hay amor, mientras que de parte nuestra, de parte de los hombres, está el pecado, que es rechazo del Amor de Dios, rechazo que se materializa en los golpes recibidos por el Niño Dios. 

Pero el Amor de Dios “es más fuerte que la muerte” y es por esto que, a pesar de que los hombres rechazamos a su Hijo, Dios Padre nos perdona y lleva a cabo su plan primigenio, el de donarnos a Dios Espíritu Santo, como Don de dones, como Don de su Corazón de Padre, y la prueba de este perdón son los bracitos abiertos del Niño Dios en el Pesebre de Belén, que son los mismos brazos que el mismo Niño Dios, ya siendo el Hombre-Dios, abrirá en la Cruz, como signo del perdón divino y de que, a pesar de nuestra malicia, nos infunde su Amor, el Espíritu Santo, en la Sangre del Cordero que se derrama incontenible desde su Corazón traspasado en la Cruz.
Este es el significado de la escena del Pesebre, contemplado a la luz de la razón, iluminada con la luz de la fe de la Iglesia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario