"El sueño de San José",
de Vicente López Portaña
(Domingo IV - TA - Ciclo
A – 2013-14)
“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del
Espíritu Santo” (Mt 1, 18-24). De las
palabras del Ángel a San José no quedan dudas de que el Niño concebido en el
seno virginal de María no es un niño más, entre tantos, porque su origen no es
humano. El Niño es Dios Hijo quien, obedeciendo al mandato del Padre, es traído
desde el seno eterno del Padre al seno virgen de María, por Dios Espíritu
Santo, para encarnarse, para adquirir un cuerpo y un alma humanos que, al
contacto con su Divinidad, adquieran toda la santidad divina y estén así en
grado de ser ofrecidos en el ara de la Cruz por la salvación de los hombres. El anuncio del Ángel a San José en sueños, está precedido por el Anuncio del Ángel a la Virgen, la Anunciación, que se constituye en el hecho central de la historia humana, y es por eso que en este Primer Anuncio debemos meditar en lo que queda del tiempo de Adviento.
El
Anuncio del Ángel a la Virgen, que da inicio a la obra más grandiosa que los cielos y la
humanidad entera puedan contemplar por siglos y siglos, se lleva a cabo en un
ámbito completamente lejano a los centros de poder mundanos y en las antípodas
de aquello que el mundo considera “importante”: un pobre pueblo de Palestina, una
humilde joven virgen, desconocida por todos, menos por Dios, quien la ha
elegido. El Anuncio pasa ignorado por el mundo, porque no se da en Roma, centro
del imperio, ni en Jerusalén, capital religiosa del Pueblo Elegido, ni en
ningún otro centro de poder mundano y terreno, pero las cosas de Dios se
realizan de esta manera, en la humildad, en la sencillez, en el silencio y en
la pequeñez. Y cuanto más humilde, sencillo, silencioso y pequeño es su
instrumento, más resplandecen su Poder, su Sabiduría y su Amor, y es esto lo
que sucede con la Virgen, el Instrumento más excelso y perfecto del que pueda
valerse la Trinidad para dar inicio a su plan de salvación de los hombres.
Con
su “Sí” al Anuncio del Ángel, la Virgen constituye para nosotros un ejemplo
perfectísimo a imitar en el cumplimiento de la Voluntad de Dios. La Virgen no
duda, no teme, no hace cálculos: le basta saber que es la Voluntad de Dios,
para hacerla suya inmediatamente e inmediatamente cumplirla: “Hágase en mí
según tu Voluntad”.
Es
por esto que debemos contemplar a la Virgen en la Anunciación, para tomar
ejemplo de su aceptación amorosa de la Voluntad Divina, y en esta contemplación
veremos también cómo, la aceptación de la Voluntad de Dios, aun cuando en sus
inicios parezca que es algo insignificante –cuando la Virgen acepta el Verbo de
Dios se encarna en un cigoto humano, imperceptible a los sentidos-, finaliza
luego en algo tan maravillosamente grande, que es imposible siquiera de
imaginar –el “Sí” de la Virgen permite la Encarnación del Verbo y la posterior
salvación del género humano, a raíz del sacrificio redentor del Hombre-Dios en
la Cruz-.
Es
por esto que debemos considerar qué es lo que trae aparejado el decir “Sí” a la
Voluntad de Dios, como la hace la Virgen María.
Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las
palabras del Ángel, la Virgen permite que la Palabra Eterna del Padre, Invisible
en sí misma, se vuelva visible, porque la Virgen, con amor inefable de Madre
celestial, le tejerá un vestido de carne y sangre, su carne y su sangre de
madre, permitiendo que la Palabra del Padre, Invisible, pronunciada
eternamente, sea visible para los hombres, en el tiempo, al aparecerse como un
Niño humano, siendo Dios.
Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las
palabras del Ángel, la Virgen permite que el Poder Omnipotente de Dios se
concentre en un microscópico cigoto humano, cigoto creado milagrosamente en ese
momento, cigoto con carga genética correspondiente a un varón, pero para cuya
generación no intervino ningún varón, cigoto que, por indefenso y débil que
parezca, es el Dios de Poder y majestad infinita que, luego de manifestarse al
mundo como un Niño humano recién nacido, ya de adulto subirá a la Cruz y
vencerá con su poder divino a los tres grandes enemigos de la humanidad: las
Potencias del Infierno, el Pecado y la Muerte, para Ascender luego victorioso y
abrir las Puertas del cielo para toda la humanidad. Es por esto que, quien
contempla al Niño de Belén, contempla la Omnipotencia de Dios.
Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las
palabras del Ángel, la Virgen permite que la Sabiduría de Dios, que ya se había
manifestado desde el inicio a través de la Creación pero que permanecía oculta,
a causa del pecado original que oscurecía las mentes de los hombres, sea ahora
visible en la forma de un Niño humano recién nacido, cuando esta Sabiduría Encarnada,
luego de pasar nueve meses en el seno virginal de María, sea dada a luz milagrosamente
entre esplendores sagrados y aparezca como un Niño ante los hombres. A partir
de entonces, todo aquel que se pregunte por la Sabiduría de Dios, la encontrará
en la contemplación del Niño de Belén: quien contempla al Niño de Belén, el
Niño Dios, contempla la Sabiduría de Dios encarnada.
Al decir que “Sí” a la Voluntad de Dios, expresada en el
Anuncio del Ángel, la Virgen permite que el Amor de Dios, manifestado en la
Creación, se manifestara ahora a los hombres como un Niño recién nacido, un Niño
que, naciendo en Belén, Casa de Pan, habría de ofrecerse, ya adulto, como Pan
de Vida eterna, ofrendando su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su
Amor Divino en el altar de la Cruz y en el altar eucarístico, para que los
hombres se alimentaran con la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan
que contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Dios. A
partir del “Sí” de María, todo aquel que se pregunte por el Amor de Dios, no
tiene más que contemplar al Niño de Belén, y todo aquel que quiera tener al
Amor de Dios en el corazón, no tiene más que hacer que comulgar, es decir,
recibir en gracia, al Niño Dios que se dona como Pan de Vida eterna en la
Eucaristía.
“José, lo que
ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo”, le dice el Ángel
Gabriel a San José, disipando todas sus dudas. Y como consecuencia del anuncio
del Ángel, al despertar, José “llevó a María a su casa”, como dice el
Evangelio. Que en esta Navidad, despertemos a la vida de la gracia y, como San
José, llevemos a María a nuestra casa, a nuestro corazón, para que desde allí
María nos enseñe a decir “Sí” a la Voluntad de Dios, para que la Palabra de
Dios, encarnada en el Niño de Belén, se manifieste en nuestras vidas con todo
su Poder, con toda su Sabiduría, con todo su Amor.
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