viernes, 20 de diciembre de 2013

“José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo”


"El sueño de San José", 
de Vicente López Portaña

(Domingo IV - TA - Ciclo A – 2013-14)

         “José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo” (Mt 1, 18-24). De las palabras del Ángel a San José no quedan dudas de que el Niño concebido en el seno virginal de María no es un niño más, entre tantos, porque su origen no es humano. El Niño es Dios Hijo quien, obedeciendo al mandato del Padre, es traído desde el seno eterno del Padre al seno virgen de María, por Dios Espíritu Santo, para encarnarse, para adquirir un cuerpo y un alma humanos que, al contacto con su Divinidad, adquieran toda la santidad divina y estén así en grado de ser ofrecidos en el ara de la Cruz por la salvación de los hombres. El anuncio del Ángel a San José en sueños, está precedido por el Anuncio del Ángel a la Virgen, la Anunciación, que se constituye en el hecho central de la historia humana, y es por eso que en este Primer Anuncio debemos meditar en lo que queda del tiempo de Adviento.
El Anuncio del Ángel a la Virgen, que da inicio a la obra más grandiosa que los cielos y la humanidad entera puedan contemplar por siglos y siglos, se lleva a cabo en un ámbito completamente lejano a los centros de poder mundanos y en las antípodas de aquello que el mundo considera “importante”: un pobre pueblo de Palestina, una humilde joven virgen, desconocida por todos, menos por Dios, quien la ha elegido. El Anuncio pasa ignorado por el mundo, porque no se da en Roma, centro del imperio, ni en Jerusalén, capital religiosa del Pueblo Elegido, ni en ningún otro centro de poder mundano y terreno, pero las cosas de Dios se realizan de esta manera, en la humildad, en la sencillez, en el silencio y en la pequeñez. Y cuanto más humilde, sencillo, silencioso y pequeño es su instrumento, más resplandecen su Poder, su Sabiduría y su Amor, y es esto lo que sucede con la Virgen, el Instrumento más excelso y perfecto del que pueda valerse la Trinidad para dar inicio a su plan de salvación de los hombres.
Con su “Sí” al Anuncio del Ángel, la Virgen constituye para nosotros un ejemplo perfectísimo a imitar en el cumplimiento de la Voluntad de Dios. La Virgen no duda, no teme, no hace cálculos: le basta saber que es la Voluntad de Dios, para hacerla suya inmediatamente e inmediatamente cumplirla: “Hágase en mí según tu Voluntad”.
Es por esto que debemos contemplar a la Virgen en la Anunciación, para tomar ejemplo de su aceptación amorosa de la Voluntad Divina, y en esta contemplación veremos también cómo, la aceptación de la Voluntad de Dios, aun cuando en sus inicios parezca que es algo insignificante –cuando la Virgen acepta el Verbo de Dios se encarna en un cigoto humano, imperceptible a los sentidos-, finaliza luego en algo tan maravillosamente grande, que es imposible siquiera de imaginar –el “Sí” de la Virgen permite la Encarnación del Verbo y la posterior salvación del género humano, a raíz del sacrificio redentor del Hombre-Dios en la Cruz-.
Es por esto que debemos considerar qué es lo que trae aparejado el decir “Sí” a la Voluntad de Dios, como la hace la Virgen María.
         Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las palabras del Ángel, la Virgen permite que la Palabra Eterna del Padre, Invisible en sí misma, se vuelva visible, porque la Virgen, con amor inefable de Madre celestial, le tejerá un vestido de carne y sangre, su carne y su sangre de madre, permitiendo que la Palabra del Padre, Invisible, pronunciada eternamente, sea visible para los hombres, en el tiempo, al aparecerse como un Niño humano, siendo Dios.
         Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las palabras del Ángel, la Virgen permite que el Poder Omnipotente de Dios se concentre en un microscópico cigoto humano, cigoto creado milagrosamente en ese momento, cigoto con carga genética correspondiente a un varón, pero para cuya generación no intervino ningún varón, cigoto que, por indefenso y débil que parezca, es el Dios de Poder y majestad infinita que, luego de manifestarse al mundo como un Niño humano recién nacido, ya de adulto subirá a la Cruz y vencerá con su poder divino a los tres grandes enemigos de la humanidad: las Potencias del Infierno, el Pecado y la Muerte, para Ascender luego victorioso y abrir las Puertas del cielo para toda la humanidad. Es por esto que, quien contempla al Niño de Belén, contempla la Omnipotencia de Dios.
         Al decir “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en las palabras del Ángel, la Virgen permite que la Sabiduría de Dios, que ya se había manifestado desde el inicio a través de la Creación pero que permanecía oculta, a causa del pecado original que oscurecía las mentes de los hombres, sea ahora visible en la forma de un Niño humano recién nacido, cuando esta Sabiduría Encarnada, luego de pasar nueve meses en el seno virginal de María, sea dada a luz milagrosamente entre esplendores sagrados y aparezca como un Niño ante los hombres. A partir de entonces, todo aquel que se pregunte por la Sabiduría de Dios, la encontrará en la contemplación del Niño de Belén: quien contempla al Niño de Belén, el Niño Dios, contempla la Sabiduría de Dios encarnada.
         Al decir que “Sí” a la Voluntad de Dios, expresada en el Anuncio del Ángel, la Virgen permite que el Amor de Dios, manifestado en la Creación, se manifestara ahora a los hombres como un Niño recién nacido, un Niño que, naciendo en Belén, Casa de Pan, habría de ofrecerse, ya adulto, como Pan de Vida eterna, ofrendando su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor Divino en el altar de la Cruz y en el altar eucarístico, para que los hombres se alimentaran con la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan que contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Dios. A partir del “Sí” de María, todo aquel que se pregunte por el Amor de Dios, no tiene más que contemplar al Niño de Belén, y todo aquel que quiera tener al Amor de Dios en el corazón, no tiene más que hacer que comulgar, es decir, recibir en gracia, al Niño Dios que se dona como Pan de Vida eterna en la Eucaristía.

                  “José, lo que ha sido engendrado en María proviene del Espíritu Santo”, le dice el Ángel Gabriel a San José, disipando todas sus dudas. Y como consecuencia del anuncio del Ángel, al despertar, José “llevó a María a su casa”, como dice el Evangelio. Que en esta Navidad, despertemos a la vida de la gracia y, como San José, llevemos a María a nuestra casa, a nuestro corazón, para que desde allí María nos enseñe a decir “Sí” a la Voluntad de Dios, para que la Palabra de Dios, encarnada en el Niño de Belén, se manifieste en nuestras vidas con todo su Poder, con toda su Sabiduría, con todo su Amor.

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