Unos de los personajes que intervienen en la Nochebuena son
los ángeles de luz. No podían estar ausentes, porque los ángeles siguen a su
Rey adonde Él va, y así como ellos adoran a su Rey en los cielos, lo adoran
ahora que ha nacido en el tiempo, en el Portal de Belén. Los ángeles de Dios,
que en el cielo exaltan de gozo por la contemplación del Cordero, acompañan al
Niño que ha nacido en el Pesebre de Belén y no les importa que la tierra no sea
el cielo, porque lo que hace que algo sea más hermoso que el cielo, es la
Presencia de su Rey, y el Rey de los ángeles está ahora aquí, en el suelo, como
antes estaba en el cielo, y es por eso que los ángeles se alegran ante su
Presencia en el Portal de Belén, como antes se alegraban ante su Presencia en
los cielos eternos.
Los
ángeles anuncian a los pastores el Nacimiento de su Rey, el Rey de los cielos,
que ha venido a las tinieblas de la tierra como Niño recién nacido, sin dejar de
ser Dios. El mensaje que los ángeles transmiten a los pastores es un mensaje de
gran gozo, de gozo indescriptible, de una alegría serena, radiante,
inabarcable, desconocida para los hombres, imposible de ser contenida, y como
no puede ser contenida en los cielos, la Alegría que es Dios Hijo nacido como
Niño, es comunicada por los ángeles como un mensaje desbordante de amor y de
paz: “Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un salvador”. La alegría que
comunican los ángeles a los pastores para Navidad es la alegría de saber que los
hombres tienen, a partir de ahora, un Salvador, que ha venido a este mundo como
un Niño pequeñísimo, pero es ante todo la Alegría de saber que este Niño, que ha
venido a salvar a los hombres, es Él en sí mismo la Alegría divina, una alegría
celestial, sobrenatural, que brota del Ser mismo trinitario de ese Niño que es
Dios en Persona. Los ángeles comunican entonces una doble alegría a los pastores y a la humanidad entera: la
alegría de saber que a los hombres les ha nacido un Salvador, y la alegría de
saber que ese Salvador es Dios Hijo en Persona, que es la Alegría misma, porque
Dios “es Alegría infinita”, como dicen los santos.
Y
como consecuencia del Nacimiento del Hijo de Dios en la tierra, el Nombre Santo
de Dios es glorificado ahora en la tierra, de un modo nuevo, porque a partir de
la Encarnación y Nacimiento de Dios Hijo, la gloria de Dios, que permanecía
oculta para los hombres pero visible para los ángeles porque estaba en el
cielo, es ahora visible para los hombres, como lo es en los cielos para los
ángeles, porque esa gloria divina se manifiesta a los ojos de quien contempla
al Niño de Belén y proporciona paz al alma de quien lo contempla: “Gloria a
Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
Es importante reflexionar acerca del anuncio de los
ángeles a los pastores en Belén, anuncio en el que a los hombres se les avisa
que la gloria de Dios es visible en la naturaleza humana de un Niño recién
nacido, porque es el mismo anuncio que hace la Iglesia por medio de la Santa
Misa: la gloria de Dios se hace visible, a los ojos de la fe, en la apariencia
de pan y vino, la Eucaristía. Y así como la contemplación del Niño de Belén
provoca gozo y alegría en el alma, porque se trata de la contemplación del Amor
Divino encarnado, así la comunión sacramental eucarística inunda al alma de
gozo y alegría, porque el Divino Amor, que prolonga su Encarnación en la
Eucaristía, se dona sin reservas al alma que comulga con fe y con amor.
Pero
además de los ángeles de luz, también los ángeles de la oscuridad están
presentes en el Nacimiento, pero rechinando sus dientes de terror y
desesperación, porque su definitiva derrota, la derrota de las Puertas del
Infierno, han comenzado con el Nacimiento del Niño de Belén, quien los vencerá
de una vez y para siempre en el Santo Sacrificio de la Cruz.
“Os
anuncio una gran alegría: os ha nacido un Salvador, y la señal es un Niño
recién nacido, envuelto en pañales en el Portal de Belén”, dicen los ángeles a
los pastores, y la Iglesia, parafraseando a los ángeles, nos dice: “Os anuncio
una gran alegría; el Salvador continúa su Encarnación y Nacimiento por la
liturgia de la Iglesia, y la señal es el Pan Vivo bajado del cielo, la
Eucaristía, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor, Presentes en
el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico”.
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