(Domingo
IV - TC - Ciclo B – 2021)
“¡Lázaro, sal de allí!” (Jn
11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45). En el episodio de la resurrección de Lázaro,
llaman la atención la actitud y las palabras de Jesús, apenas enterado de que Lázaro,
su amigo junto a Marta y María, estaba enfermo de gravedad. Primero, dice algo
que en apariencia no se cumple, porque dice que “esta enfermedad –la de Lázaro-
no acabará en la muerte”, algo que en apariencia no se cumplió, porque Lázaro
murió efectivamente; el segundo hecho que llama la atención es la demora de
Jesús en acudir a asistir a su amigo moribundo: en efecto, luego de saber que
Lázaro estaba gravemente enfermo, en vez de partir inmediatamente, permanece “dos
días en el lugar en que se hallaba”, según relata el Evangelio. Es esto lo que
da lugar a la queja de Marta cuando Jesús llega: “Señor, si hubieras estado
aquí, no habría muerto mi hermano”. Ahora bien, por extrañas que puedan
parecer, ambas actitudes de Jesús tienen explicación, de manera tal que todo lo
que hace Jesús está encaminado a la realización de un milagro por el cual Dios
habría de ser glorificado.
En cuanto a la predicción de Jesús, de que “esta enfermedad
no acabará en la muerte”, se cumple efectivamente, porque si bien la enfermedad
termina provocando la muerte de Lázaro, la resurrección que obra Jesús derrota
tanto a la enfermedad como a la muerte, por lo que la enfermedad, que había
provocado la muerte, termina no en la muerte, sino en el regreso a la vida de
Lázaro. Por otra parte, se cumple también la segunda parte de la frase de
Jesús: “(esta enfermedad) servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo del
hombre sea glorificado por ella” y efectivamente es lo que sucede, porque por
el milagro de la resurrección, Dios Hijo es glorificado y también el Nombre de
Dios es ensalzado y glorificado.
Con respecto a la demora de dos días de Jesús en acudir a
visitar a Lázaro, sabiendo que estaba gravemente enfermo y que esta demora le
impediría verlo antes de morir -en modo absoluto es falta de caridad de
Jesucristo, lo cual es imposible de que eso suceda, siendo Él la Caridad
Increada en persona-, se explica de la siguiente manera: Jesús se queda dos
días porque quería, positivamente, que Lázaro muriera, para que Él hiciera
luego el milagro de la resurrección. La demora de Jesús, expresamente deseada
por Jesús, lo que hace es, por un lado, resaltar el hecho de la muerte de
Lázaro –cuando Jesús llega ya llevaba cuatro días muerto y estaba ya sepultado-
y por otro lado, resalta el poder del Hombre-Dios Jesucristo, que vuelve a la
vida a quien estaba, humanamente hablando, definitiva y seguramente muerto. Si Jesús
hubiera llegado cuando Lázaro acababa de morir, no habría resaltado tanto el
milagro, como sí sucedió al realizar el milagro después de cuatro días de
muerto.
Otro aspecto en el que podemos reflexionar es en el hecho de
la resurrección de Lázaro, es decir, nos podemos preguntar qué es lo que sucedió,
desde el punto de vista antropológico y espiritual en la resurrección de
Lázaro. Lo que sucedió fue que la poderosa voz del Hombre-Dios Jesucristo se
escuchó en el reino de los muertos y, por el poder divino de esta voz, el alma
de Lázaro regresó de la región de los muertos y volvió a unirse a su cuerpo,
regresando Lázaro a la vida. Este milagro es una demostración explícita de la
divinidad de Jesucristo –es decir, que Cristo es Dios-, porque sólo Dios, con
su omnipotencia, puede hacer que un alma, que se había separado de su cuerpo
por la muerte, vuelva a unirse al cuerpo, y además, sólo Dios puede hacer que
un cuerpo, que estaba ya en pleno proceso de descomposición orgánica, quede
completamente restablecido, en pleno estado de salud corporal. Quien reflexione
sobre el milagro que realiza Jesús, de resucitar a Lázaro, no puede no concluir
que Jesús es Dios en Persona.
Hay otro aspecto que se puede considerar en este milagro y
es que la resurrección de Lázaro es un anticipo y una prefiguración de otras
dos resurrecciones: la vuelta a la vida por acción de la gracia del alma que
había pecado mortalmente, lo cual sucede en la absolución de los pecados por
parte del sacerdote ministerial en el Sacramento de la Penitencia, y la
resurrección de los cuerpos en el Día del Juicio Final, en el que, por el poder
de Cristo Dios, los cuerpos serán restituidos a un estado de salud plena
corporal y las almas se unirán a sus respectivos cuerpos, como sucedió en la
resurrección de Lázaro.
“¡Lázaro, sal de allí!”. En la prodigiosa resurrección de
Lázaro obrada por Jesús, debemos ver entonces, prefigurada, nuestra propia
resurrección espiritual, por obra del Sacramento de la Penitencia y, por otro
lado, debemos ver prefigurada nuestra resurrección corporal, en el Día del
Juicio Final. Por todos estos portentos divinos, debemos siempre y en todo
momento, glorificar a la Santísima Trinidad.
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