(Ciclo
B – 2021)
“Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura” (Jn 12, 1-11). Estando Jesús en casa de
sus amigos en Betania, María, hermana de Marta y Lázaro, derrama un costoso
perfume de nardos en la cabeza de Jesús, unge sus cabellos y luego unge sus
pies. El acto de María es premonitorio de la pronta muerte de Jesús, ya que era
costumbre de los judíos derramar perfume sobre aquellos que acababan de
fallecer. Justificando la acción de María, Jesús responde a Judas Iscariote
–quien se preocupaba falsamente de los pobres, porque solo quería robar-,
diciéndole: “Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. Un
comentario aparte merece el pobrismo falso de Judas Iscariote: finge
preocuparse por los pobres, pero en realidad lo que quiere es robar el dinero
que los discípulos tienen en común; esta conducta delictiva de Judas será, en
adelante, el modelo perfecto para los políticos populistas, quienes, como Judas
Iscariote, fingen preocuparse por los pobres, pero lo que hacen es utilizar a
los pobres para sus fines electorales y para robarles lo que les corresponde.
Ahora bien, dejando de lado la figura del traidor pobrista
Judas Iscariote, reflexionemos acerca del gesto de María. Como el mismo Jesús
lo dice, es un anticipo premonitorio de su Muerte, que ocurrirá en la Cruz,
para la salvación del mundo: lo que ha hecho María es anticipar, por designio
divino, el rito fúnebre con el que honrarán el Cuerpo muerto de Jesús el
Viernes Santo, tal como solían hacer los hebreos en sus ritos fúnebres. Movida
por el Espíritu Santo, María derrama perfume exquisito sobre Jesús, en acción
de gracias por el sacrificio expiatorio que hará Jesús el Viernes Santo y por
el cual nos abrirá las puertas del Reino de los cielos.
Pero hay otro elemento en el que podemos reflexionar y es la
simbología presente en la escena evangélica: María representa al alma pecadora
que ha sido perdonada por Jesús y que se postra en adoración y acción de
gracias por la Divina Misericordia del Sagrado Corazón; el perfume de nardos,
de muy alto precio y que inunda la casa de un perfume exquisito, significa la
gracia santificante de Jesús, que obtenida al precio altísimo de la Sangre
Preciosísima del Cordero sacrificado en la Cruz, inunda al alma con el “suave
olor a Cristo”, con el perfume exquisito de la vida divina.
“Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. El sentido
de nuestra vida terrena es el de unirnos a Cristo por la gracia y morir con Él
en la Cruz, para así morir al hombre viejo, el hombre dominado por el pecado, las
pasiones y el Demonio y así renacer a la vida nueva de la vida la gracia, la
vida de los hijos de Dios, hijos de Dios que, por la gracia, poseen el exquisito
“olor a Cristo”.
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