miércoles, 31 de marzo de 2021

Santa Misa de la Vigilia Pascual

 



(Ciclo B – 2021)

          “Alegraos” (Mt 28, 1-10). La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado invita al alma a la alegría: “Alegraos”, les dice a las santas mujeres de Jerusalén. Ellas habían ido acongojadas, apenadas, entristecidas, porque en sus ojos, en su memoria, en sus mentes y en sus corazones estaban todavía vivas y frescas las escenas dolorosas y penosas del Viernes Santo; no solo todavía recordaban el dolor y la tristeza de ver a Jesús flagelado, crucificado y muerto en la cruz, sino que ese dolor y esa tristeza era lo único que ellas podían experimentar. El dolor y el llanto por la muerte de Jesús en el Viernes Santo, más las penas y las lágrimas del luto y del duelo del Sábado Santo, embargaba sus mentes y sus corazones, al punto tal que no podían experimentar otra cosa que tristeza, dolor y amargura.

         Pero cuando Jesús, resucitado y glorioso, se les aparece en las primeras horas del Domingo de Resurrección, les da una orden, que se alegren: “Alegraos”. En un instante, ante la orden de Jesús y ante la contemplación de su figura gloriosa y resucitada, resplandeciente con la luz divina, el dolor y la tristeza, el llanto y la amargura del Viernes Santo y del Sábado Santo desaparecen, para dar paso a una alegría desbordante. Las santas mujeres, sin siquiera saber lo que les sucede, obedecen a Jesús ante su orden: “Alegraos”. Jesús les manda alegrarse y ellas obedecen, pero no se trata de una alegría fingida, ni forzada; no se trata de una alegría que se origine en las realidades de este mundo. Precisamente, porque es una alegría que no se origina en este mundo, es que ellas se alegran. Este mundo solo presentaba para ellas dolor, tristeza y llanto; ahora, ante la vista de Jesús resucitado, experimentan algo desconocido, una alegría desconocida. ¿De qué alegría se trata? Se trata de una alegría celestial, sobrenatural, divina, originada en Dios Uno y Trino, quien es la Alegría Increada en Sí misma y la causa de toda alegría santa, participada por las creaturas, sean hombres o ángeles. Santa Teresa de los Andes dice que “Dios es Alegría infinita” y es así, porque como dijimos, Él es la Alegría Increada. ¿Qué alegría provoca Jesús? Jesús nos concede su misma alegría, la alegría que reina en su Sagrado Corazón, que es la Alegría de Dios, que es Dios, que es Alegría en Sí misma. La alegría que produce al alma ver a Jesús resucitado se debe a diferentes causas: es la alegría de saber que Jesús, al resucitar, venció para siempre a nuestros tres grandes enemigos, los enemigos mortales de la humanidad: el Demonio, el Pecado y la Muerte; es la alegría de saber que esos tres grandes enemigos, al ser vencidos por Jesús, ya no tienen poder sobre nosotros: por la gracia de Jesús, el Demonio huye del alma que está en gracia; por la gracia de Jesús, el alma que está en gracia no cae si es fiel a la gracia; por la gracia de Jesús, la muerte se convierte en un mero umbral que conduce al Reino de los cielos, porque quien muere en gracia pasa, a través de la muerte, a ser glorificado en los cielos. La alegría que produce Jesús es la alegría de saber que aunque somos pecadores y débiles, nos asiste su gracia, para que no caigamos en la tentación y así acrecentemos cada vez más la gracia, que luego se convertirá en gloria. La alegría que produce Jesús es la alegría de saber que, aunque la muerte nos separe de nuestros seres queridos, somos hechos partícipes, por la gracia, de su Resurrección y sí, aunque hayan muerto nuestros seres queridos y aunque nosotros mismos hayamos de morir, nos queda la firme esperanza de que por su gracia y su misericordia nos reencontraremos, para ya nunca más separarnos, en la felicidad eterna del Reino de los cielos. La alegría que produce Jesús es saber que, aunque el Demonio causa terror y espanto en las almas, ya no tiene poder sobre la humanidad que está en gracia y que ante un alma en gracia, huye como un animal aterrorizado. La alegría que produce Jesús es la de saber que esta vida terrena, que es un “valle de lágrimas”, que está llena de tribulaciones, de dolores, de enfermedad y de muerte, dará paso a la gloria eterna del Reino de los cielos, cuyas puertas han sido abiertas para nosotros gracias a la Sangre del Cordero derramada en la Santa Cruz del Calvario el Viernes Santo.

         Por último, la alegría que produce Jesús es la de saber que, aunque aun vivimos en este valle de lágrimas y tribulaciones, tenemos el consuelo de su Presencia Sacramental, en la Sagrada Eucaristía, en donde Jesús está vivo, glorioso y resucitado, esperándonos en el Sagrario para comunicarnos de su misma Alegría, para darnos la alegría de saber que “estos hierros y estos dolores”, como grafica Santa Teresa de Ávila a esta vida y a este cuerpo terrenos, serán sublimados un día en un cuerpo y un alma glorificados, si perseveramos en gracia y si morimos en gracia.

         “Alegraos”, les dice Jesús a las Santas Mujeres de Jerusalén; “Alegraos”, nos dice Jesús desde la Eucaristía a nosotros, el Nuevo Pueblo Elegido, que peregrina por el desierto de la historia y de la vida humana hacia la Jerusalén celestial. Jesús viene a nuestro encuentro en la Eucaristía, vayamos nosotros a buscarlo en el Sagrario, en la Eucaristía, para recibir de Él la Alegría divina, eterna, sobrenatural, celestial, de su Sagrado Corazón Eucarístico, para luego transmitir esta alegría a nuestros hermanos, diciéndoles: “¡Alegrémonos! ¡Jesús ha resucitado, está vivo y glorioso en la Eucaristía, y nos espera en el Sagrario para darnos la Alegría de su Sagrado Corazón Eucarístico!”.

 

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