domingo, 28 de marzo de 2021

Miércoles Santo

 



(Ciclo B – 2021)

         “Deseo comer la Pascua en tu casa” (Mt 26, 14-25). Jesús envía a sus discípulos a la casa de un discípulo cuyo nombre no se dice, pero que evidentemente presenta dos características: por un lado, es una persona de mucho poder adquisitivo, porque tener una casa en Jerusalén, de dos plantas, en esa época, demostraba que quien fuera dueño de esa casa, poseía un buen pasar económico; por otro lado, demuestra que Jesús no solo conocía a esa persona, sino que confiaba plenamente en ella, considerándola como un estrecho amigo, como alguien de cuya amistad podía fiarse. En otras palabras, para celebrar la Pascua Nueva y Eterna, Jesús no elige un lugar cualquiera, sino digno y con decoro; además, no elige a cualquier persona para pedirle prestada la casa, sino a alguien a quien Él ama con su Amor divino y lo considera su amigo entre los amigos. En efecto, Jesús no iba a realizar la institución de dos de los más grandes sacramentos de la Iglesia Católica –el sacerdocio ministerial y la Eucaristía- en una casa de alguien desconocido o de alguien que no lo amase ni lo reconociese como al Salvador; tampoco iba a instituir los Sacramentos del Sacerdocio y de la Eucaristía en un lugar desprovisto de luz, de higiene, de seguridad. Todo esto lo tiene Jesús en la casa de este discípulos suyo que habita en Jerusalén: es un lugar privilegiado, en el corazón de la Ciudad Santa; es un lugar bien iluminado; es un lugar dignamente preparado para celebrar la Pascua Nueva y definitiva del Nuevo Testamento; es un lugar seguro, porque el amigo de Jesús, dueño de la casa, es confidente y reservado; por último, y no lo menos importante, es un lugar en donde reina el amor a Jesús, porque el dueño de casa es amigo de Jesús y el amor de amistad, el amor puro de amistad, es uno de los más grandes y nobles amores humanos, junto al amor materno o al amor fraterno.

         “Deseo comer la Pascua en tu casa”. Jesús celebra la Pascua Nueva y Eterna del Nuevo Testamento en la casa material de un discípulo que lo ama y que es amigo de Él, del Hombre-Dios. Ahora bien, en este hecho real, sucedido real y verdaderamente en la historia y el tiempo y lugar humanos, hay una simbología sobrenatural que debemos descubrir. La simbología consiste en considerar que la casa del amigo de Jesús, que se encuentra en el corazón de la Ciudad Santa, es una figura de nuestro corazón, es decir, el corazón es la casa del discípulo sin nombre del Evangelio: desconocido para los demás, pero conocido por Dios, aunque esto sucede sólo cuando el alma está en gracia. Cuando está en gracia nuestra alma, Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quiere comer con nosotros la Pascua, la Pascua del Nuevo Testamento, la Carne del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna y el Pan Vivo bajado del cielo; cuando nuestra alma está en gracia, el corazón se convierte en un luminoso y celestial cenáculo, en el que ingresa el Sumo Sacerdote Jesucristo, no para instituir un Sacramento, sino para donársenos como el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía. Cuando nuestra alma está en gracia, Jesús no solo tiene confianza en nosotros, ingresando en nuestra alma por la Sagrada Comunión, sino que, más que eso, nos considera sus “amigos” personales –“Ya no os llamo “siervos”, sino “amigos”- y como nos considera sus amigos, nos da lo más preciado que Él tiene, su Sagrado Corazón Eucarístico, envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo. Cuando el alma está en gracia, el hombre es rico, pero no es rico con una riqueza material, sino que es rico por poseer algo infinitamente más valioso que montañas de oro y plata: posee la gracia santificante del Cordero de Dios, gracia cuyo más ínfimo grado vale más que todo el universo visible e invisible. Por último, cuando el alma está en gracia, en el corazón reina el amor a Cristo Dios y no desea otra cosa que recibir a Cristo en la Eucaristía, tal y como sucedió en la casa del discípulo desconocido de Jerusalén.

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