(Ciclo
B – 2021)
“Uno de vosotros me va a entregar” (Jn 13, 21-33. 36-38). En el transcurso de la Última Cena, Jesús
hace una revelación: profetiza su entrega a manos de un traidor, dando su
nombre y apellido, Judas Iscariote. Incluso da una señal que indicará el
momento en el que el traidor Judas Iscariote habrá sellado en su negro corazón
el deseo irreversible de entregar en manos de sus enemigos al Cordero de Dios:
cuando Jesús dé un bocado de pan con salsa en la boca a Judas Iscariote; ése
será el momento en el que el traidor habrá cerrado su corazón, voluntariamente,
a toda acción de la gracia divina que pudiera iluminar las tinieblas en las que
está envuelto y será también el momento en el que Judas Iscariote será poseído
por el Ángel caído, Satanás. En efecto, una vez que el alma –en este caso,
Judas- decide cerrar para siempre y definitivamente el corazón a la acción de
la gracia, Dios, que respeta la libertad humana, deja de enviar gracias a esa
alma, respetando su libre decisión de no querer recibirla, pero al que hace
esto, la única opción que le queda es ser poseída, no solo en cuerpo, sino
también en espíritu, por el Demonio, porque no hay una situación intermedia: o
se está con Dios y su gracia, o se está con el Demonio y el pecado. Es esto
último aquello que elige Judas, al decidirse por la traición a Jesús: decide,
libremente, rechazar todo intento del Amor Divino de ingresar en su corazón,
para entregarlo a Satanás. Es una paradoja que aquel que entrega al Cordero de
Dios en manos de sus enemigos, se entrega él mismo, voluntariamente, en manos
del Enemigo de las almas, el Ángel apóstata, Satanás.
Esta posesión de Judas Iscariote, por parte del demonio,
está perfectamente descripta en el Evangelio, cuando dice: “Cuando Judas tomó
el bocado, Satanás entró en él”. El bocado –pan y salsa- no es la Eucaristía,
como algunos podrían suponer, sino simplemente pan y salsa y representan
aquello que Judas Iscariote quiere: la saciedad de sus pasiones y apetitos sin
control –ira, pereza, lujuria, avaricia, gula, etc.-, lo cual significa que
Jesús da a cada uno lo que cada uno quiere: al que quiere recibir su Cuerpo y
su Sangre, le da su Cuerpo y su Sangre; al que lo rechaza a Él en el Santísimo
Sacramento del altar, le da lo que esa persona quiere, que es el pecado y la
satisfacción de sus pasiones. Jesús respeta nuestra libertad, pero ya sabemos
las consecuencias de la libertad mal usada y lo vemos ejemplificado en lo que le
sucedió a Judas Iscariote: eligió el pecado de la traición, fue poseído por
Satanás e inmediatamente fue envuelto por las tinieblas vivientes, los
demonios, los ángeles apóstatas y esto está significado cuando el Evangelio
dice: “(Judas) salió, afuera era de noche”. La noche a la que se refiere no es
solo la noche cosmológica, que acaece cuando el sol se oculta: la noche
representa a la oscuridad viviente en la que el alma se interna cuando rechaza
a Cristo como a su Salvador, como es el caso de Judas Iscariote. El que sale
voluntariamente del Cenáculo que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús,
inevitablemente es envuelto en las noches tenebrosas vivientes, los ángeles
caídos.
“Uno de vosotros me va a entregar”. No creamos que sólo
Judas Iscariote entregó a Jesús: también nosotros podemos ser judas si negamos
la divinidad de Cristo, si negamos su Presencia Eucarística y si nos entregamos
al pecado, porque haciendo esto, rechazamos a Cristo y su gracia y elegimos al
Demonio y al pecado. No nos entreguemos en manos de nuestros enemigos: elijamos
siempre recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Sagrada Eucaristía y no
seamos como Judas, quien prefirió el dinero antes que al Hombre-Dios
Jesucristo.
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