viernes, 2 de abril de 2021

Viernes de la Octava de Pascua

 



(Ciclo B – 2021)

         “Simón Pedro arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado hace un milagro, llamado por algunos “la segunda pesca milagrosa”. Llama la atención el hecho de que cuando lo ven por primera vez, a la distancia, en las orillas del Mar Tiberíades, no lo reconocen como a Jesús –“los discípulos no sabían que era Jesús”-, pero cuando Jesús hace el milagro de la segunda pesca milagrosa, todos, sin excepción, sabían quién era Jesús –“sabían bien que era el Señor”-. Esto no se debe a que Jesús no es reconocido por los discípulos a causa de la distancia, como se podría objetar, aduciendo que no reconocen a Jesús porque estaban lejos de la costa y no podían distinguir bien a la distancia, pero cuando Jesús hace el milagro, al estar cerca de Él, lo reconocen y saben quién es Jesús. De ninguna manera el reconocimiento de Jesús se debe a un factor geográfico, de simple cambio de distancias –lejos, no lo reconocen; cerca, lo reconocen-: reconocen a Jesús porque Él sopla sobre sus intelectos y corazones el Espíritu Santo, que los ilumina con la luz divina y es así que los discípulos pueden no solo reconocer el milagro de la pesca abundante, sino que reconocen que el hacedor del milagro es el Hijo de Dios, Jesús de Nazareth.

         Además de la necesidad de recibir la luz del Espíritu Santo para reconocer no solo los milagros de Jesús, sino de que Jesús es Dios en Persona quien hace los milagros, el milagro de la segunda pesca abundante deja otra enseñanza y es que corrobora las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer”. En efecto, antes de encontrar a Jesús, Pedro y los discípulos pasan la noche entera sin pescar nada, pero cuando es Jesús quien guía la pesca, obtienen tal cantidad de peces, que la red casi se rompe. Esto quiere decir que la Barca de Pedro, es decir, la Iglesia Católica, no es guiada por Pedro, el Romano Pontífice, sino Cristo Dios, con su Espíritu Santo, junto a Dios Padre. Esto significa que cualquier actividad apostólica que emprenda la Iglesia, si lo hace sin Jesús, aun cuando cuente con todos los recursos humanos y materiales en super abundancia, está condenada al fracaso. Por el contrario, cualquier actividad apostólica que emprenda la Iglesia, aun con escasísimos o incluso nulos medios materiales y humanos, serán una realidad inimaginable, porque es Cristo Dios quien en realidad guía y gobierna a la Iglesia, la Barca de Pedro.

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