(Ciclo
B – 2021)
“Simón Pedro arrastró hasta la orilla la red repleta de
peces grandes” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado
hace un milagro, llamado por algunos “la segunda pesca milagrosa”. Llama la
atención el hecho de que cuando lo ven por primera vez, a la distancia, en las
orillas del Mar Tiberíades, no lo reconocen como a Jesús –“los discípulos no
sabían que era Jesús”-, pero cuando Jesús hace el milagro de la segunda pesca
milagrosa, todos, sin excepción, sabían quién era Jesús –“sabían bien que era
el Señor”-. Esto no se debe a que Jesús no es reconocido por los discípulos a
causa de la distancia, como se podría objetar, aduciendo que no reconocen a
Jesús porque estaban lejos de la costa y no podían distinguir bien a la
distancia, pero cuando Jesús hace el milagro, al estar cerca de Él, lo reconocen
y saben quién es Jesús. De ninguna manera el reconocimiento de Jesús se debe a
un factor geográfico, de simple cambio de distancias –lejos, no lo reconocen;
cerca, lo reconocen-: reconocen a Jesús porque Él sopla sobre sus intelectos y
corazones el Espíritu Santo, que los ilumina con la luz divina y es así que los
discípulos pueden no solo reconocer el milagro de la pesca abundante, sino que
reconocen que el hacedor del milagro es el Hijo de Dios, Jesús de Nazareth.
Además de la necesidad de recibir la luz del Espíritu Santo
para reconocer no solo los milagros de Jesús, sino de que Jesús es Dios en
Persona quien hace los milagros, el milagro de la segunda pesca abundante deja
otra enseñanza y es que corrobora las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis
hacer”. En efecto, antes de encontrar a Jesús, Pedro y los discípulos pasan la
noche entera sin pescar nada, pero cuando es Jesús quien guía la pesca,
obtienen tal cantidad de peces, que la red casi se rompe. Esto quiere decir que
la Barca de Pedro, es decir, la Iglesia Católica, no es guiada por Pedro, el
Romano Pontífice, sino Cristo Dios, con su Espíritu Santo, junto a Dios Padre. Esto
significa que cualquier actividad apostólica que emprenda la Iglesia, si lo
hace sin Jesús, aun cuando cuente con todos los recursos humanos y materiales
en super abundancia, está condenada al fracaso. Por el contrario, cualquier
actividad apostólica que emprenda la Iglesia, aun con escasísimos o incluso
nulos medios materiales y humanos, serán una realidad inimaginable, porque es
Cristo Dios quien en realidad guía y gobierna a la Iglesia, la Barca de Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario