(Ciclo
B – 2021)
“Alegraos” (Mt 28,
8-15). La primera palabra de Jesús resucitado, registrada en los Evangelios,
está dirigida a las santas mujeres de Jerusalén y es una orden perentoria: “Alegraos”.
Ante esta orden de Jesús, surge la pregunta: ¿por qué Jesús manda a sus
discípulos a que se alegren? El interrogante surge también porque las santas
mujeres, luego de recibir el anuncio del Ángel de la resurrección de Jesús, ya
estaban alegres y así lo dice el Evangelio: “(Luego de escuchar al Ángel) las
mujeres se marcharon del sepulcro llenas de alegría”. Es decir, ellas escuchan
al Ángel el anuncio de que Jesús ha resucitado y se “llenan” de alegría, según
el Evangelio y es en ese momento en el que Jesús les sale al encuentro y les
ordena, sobre la alegría que tienen, que se alegren todavía más: “Alegraos”. La
pregunta es: ¿por qué razón Jesús manda la alegría, si ellas ya estaban
alegres? Porque la alegría que experimentaban las santas mujeres era una
alegría que, en el fondo, todavía no era la alegría de Dios y no era la alegría
de Dios, porque era una alegría surgida en sus corazones por la noticia de la
resurrección de Jesús, comunicada sí por un mensajero divino, un ángel, pero no
dejaba de ser una alegría todavía humana, como por ejemplo, la alegría de un
padre o una madre que se enteran que su hijo, al que por algún motivo creían
muerto, está en realidad vivo. Es decir, la alegría que experimentan las santas
mujeres, al recibir la noticia de parte del Ángel, no deja de ser una alegría
que es de carácter humano.
La
alegría que manda Jesús es, por el contrario, una alegría distinta: es una alegría
que no se origina en el corazón humano, como cuando este escucha una buena
noticia, una noticia alegre: la alegría que manda Jesús es de origen celestial,
divino, sobrenatural, porque es la Alegría que no solo la experimenta Él, sino
que es la Alegría que es Él, porque Él, en cuanto Dios Hijo, es la Alegría
Increada en Sí misma y la Causa Increada de toda alegría participada a las
creaturas, sean humanas o angélicas. La Alegría con la que manda Jesús a
alegrarse a las santas mujeres –y a toda la Iglesia universal- es la Alegría
que brota, como de una fuente inagotable, de su Ser divino trinitario y por eso
es una alegría nueva, desconocida para el ser humano, porque es una alegría de
origen divino. Es, en realidad, Dios mismo, que es “Alegría Infinita”, como
dice Santa Teresa de los Andes. La Alegría con la que manda Jesús alegrarnos,
no es la alegría de origen humano, como cuando alguien recibe la noticia de que
un ser querido suyo, al que suponía muerto, en realidad está vivo: es algo
infinitamente más grande que eso, es una alegría infinitamente más sublime que
una buena noticia de origen humano: es la Alegría que brota del Ser divino
trinitario, que es en Sí mismo Alegría Infinita, Eterna e Increada. Con esa
Alegría quiere Jesús que nos alegremos en la Pascua y esa Alegría, la que brota
de su Sagrado Corazón –Alegría eterna, infinita, inagotable, celestial,
sobrenatural- es la que nos comunica en cada Comunión Eucarística.
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