viernes, 2 de abril de 2021

Jueves de la Octava de Pascua

 



(Ciclo B – 2021)

         “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24, 35-48). La frase evangélica es clave para entender el comportamiento completamente humano de incredulidad que muestran la totalidad de los discípulos –María Magdalena, los discípulos de Emaús, el Colegio Apostólico, etc.- ante la visión de Jesús resucitado. Solo cuando Jesús resucitado, soplando sobre ellos el Espíritu Santo, “les abre el entendimiento”, solo así los discípulos se vuelven capaces de superar el estrecho límite del razonamiento humano y de la fe humana, basada en el testimonio de la razón y de los sentidos, en una fe absolutamente sobrenatural, celestial, proveniente en cuanto tal de lo alto, del mismo Dios. Hasta antes de que esto ocurra, es decir, hasta el momento previo en el que Jesús, con su Espíritu, “les abre el entendimiento”, la comprensión de los discípulos, en cuanto a las Escrituras y en cuanto a los misterios de la vida de Jesús, no supera los estrechísimos límites de la razón humana. Es decir, creen en Jesús, pero con una fe humana, no celestial y por eso, en lo más profundo de ellos mismos, a pesar de declararse cristianos y seguidores de Cristo, no creen en Cristo Dios, sino en un cristo humano, que como todo humano muere, pero no puede resucitar por sí mismo. Esta fe humana es una fe racionalista, que por el hecho de ser humana, es sumamente limitada e incapaz de contemplar el misterio salvífico de Muerte y Resurrección de Jesús y es lo que explica que, al encontrarse con Jesús resucitado, o no lo reconozcan, o lo confundan con el jardinero –como María Magdalena-, o con un forastero –como los discípulos de Emaús-, o con un fantasma –como los Once-, pero de ninguna manera sean capaces de reconocerlo como a Dios Hijo encarnado que ha muerto en cruz y ha resucitado, venciendo a la muerte para siempre.

         “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Jesús no se nos aparece como a los discípulos en el Evangelio, pero sí se nos aparece, cada vez, en cada Santa Misa, oculto en las apariencias de pan y vino, sucediéndonos –en la mayoría de los casos- como a los discípulos del Evangelio: porque racionalizamos la fe, porque reducimos la fe católica que nos enseñan el Magisterio, los Padres de la Iglesia y la Tradición, a la limitada capacidad de nuestra razón humana, es que no podemos contemplar a Jesús, resucitado y glorioso, en la Eucaristía. Es por eso que, al igual que los discípulos del Evangelio, también nosotros necesitamos que Jesús sople su Espíritu Santo sobre nuestros intelectos para que comprendamos que la Palabra de Dios no solo se ha encarnado, sino que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Solo así nuestros corazones podrán arder, con el Fuego del Espíritu Santo, al entrar en contacto con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

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