(Ciclo
B – 2021)
“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”
(Lc 24, 35-48). La frase evangélica
es clave para entender el comportamiento completamente humano de incredulidad
que muestran la totalidad de los discípulos –María Magdalena, los discípulos de
Emaús, el Colegio Apostólico, etc.- ante la visión de Jesús resucitado. Solo
cuando Jesús resucitado, soplando sobre ellos el Espíritu Santo, “les abre el
entendimiento”, solo así los discípulos se vuelven capaces de superar el
estrecho límite del razonamiento humano y de la fe humana, basada en el
testimonio de la razón y de los sentidos, en una fe absolutamente sobrenatural,
celestial, proveniente en cuanto tal de lo alto, del mismo Dios. Hasta antes de
que esto ocurra, es decir, hasta el momento previo en el que Jesús, con su
Espíritu, “les abre el entendimiento”, la comprensión de los discípulos, en
cuanto a las Escrituras y en cuanto a los misterios de la vida de Jesús, no
supera los estrechísimos límites de la razón humana. Es decir, creen en Jesús,
pero con una fe humana, no celestial y por eso, en lo más profundo de ellos
mismos, a pesar de declararse cristianos y seguidores de Cristo, no creen en
Cristo Dios, sino en un cristo humano, que como todo humano muere, pero no
puede resucitar por sí mismo. Esta fe humana es una fe racionalista, que por el
hecho de ser humana, es sumamente limitada e incapaz de contemplar el misterio
salvífico de Muerte y Resurrección de Jesús y es lo que explica que, al
encontrarse con Jesús resucitado, o no lo reconozcan, o lo confundan con el
jardinero –como María Magdalena-, o con un forastero –como los discípulos de
Emaús-, o con un fantasma –como los Once-, pero de ninguna manera sean capaces
de reconocerlo como a Dios Hijo encarnado que ha muerto en cruz y ha
resucitado, venciendo a la muerte para siempre.
“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.
Jesús no se nos aparece como a los discípulos en el Evangelio, pero sí se nos
aparece, cada vez, en cada Santa Misa, oculto en las apariencias de pan y vino,
sucediéndonos –en la mayoría de los casos- como a los discípulos del Evangelio:
porque racionalizamos la fe, porque reducimos la fe católica que nos enseñan el
Magisterio, los Padres de la Iglesia y la Tradición, a la limitada capacidad de
nuestra razón humana, es que no podemos contemplar a Jesús, resucitado y
glorioso, en la Eucaristía. Es por eso que, al igual que los discípulos del
Evangelio, también nosotros necesitamos que Jesús sople su Espíritu Santo sobre
nuestros intelectos para que comprendamos que la Palabra de Dios no solo se ha
encarnado, sino que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Solo así nuestros
corazones podrán arder, con el Fuego del Espíritu Santo, al entrar en contacto
con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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