“Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 44-51). Jesús se auto-proclama como “Pan vivo bajado del
cielo” y además se compara con el otro pan bajado del cielo, el maná que los
judíos recibieron en el desierto: quienes comieron de ese maná murieron, en
cambio, quienes se alimenten de Él, que es el Verdadero Maná bajado del cielo,
el Pan Vivo bajado del cielo, no morirá jamás, “vivirá para siempre”. Muchos pueden
decir: “Conocemos a muchos que se han alimentado de la Eucaristía, el Pan Vivo
bajado del cielo y sin embargo murieron y fueron sepultados” y eso es verdad,
pero eso no quita veracidad a las palabras de Jesús, puesto que la vida que da
este Pan bajado del cielo es vida eterna, una vida que es infinitamente
superior a la vida terrenal, humana, creatural, porque es la vida misma de la Santísima
Trinidad. Quien se alimenta en esta vida terrena con el Pan Vivo bajado del
cielo, recibe en germen, en semilla, la vida eterna de Dios Uno y Trino y
cuando muera a esta vida terrena, cuando su alma se separe de su cuerpo,
entonces esa vida eterna recibida en germen, florecerá, para desplegarse en su
plenitud y conceder la vida eterna de la Trinidad al alma y con esta vida
divina es con la que el alma no solo no morirá jamás, sino que vivirá para
siempre en el Reino de los cielos.
“Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo”. El don de Jesús, de
la Vida eterna de su Ser divino trinitario, se nos comunica a nosotros cada vez
que nos alimentamos con el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía. Por
esta razón, nosotros, los católicos, somos el Nuevo Pueblo Elegido que, en su
peregrinación a la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial, nos alimentamos, en el
desierto de la vida y de la historia humana, con la substancia misma de Dios
Trinidad, contenida en el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.
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