sábado, 10 de abril de 2021

“La causa de la condenación es no creer en el Hijo único de Dios”

 


         “La causa de la condenación es no creer en el Hijo único de Dios” (Jn 3, 16-21). Las palabras de Jesús revelan varias cosas: por un lado, descarta de plano la idea de un Dios “buenista”, el cual siendo todo misericordia, no condena a nadie eternamente; por otro lado, revela que Dios sí castiga y castiga eternamente; por último, revela implícitamente que hay un castigo y por lo tanto un lugar de castigo, el Infierno, para quienes se nieguen a creer que Él, Jesús de Nazareth, es el Hijo único de Dios, enviado para salvar a los hombres de la eterna condenación. Si Él es el Mesías, si Él es el único Camino al Padre, si Él es la única Verdad sobre Dios Trino que hay que creer, si Él es la única Vida eterna que el alma debe recibir para poder ingresar en la gloria eterna, entonces, todo aquel que lo rechace a Él, a Jesús, como al Mesías y Salvador, está condenado, irremediablemente, a la eterna condenación. No hay otra interpretación posible de las palabras de Jesús y no hay forma de atenuar lo que Él dice: “La causa de la condenación es no creer en el Hijo único de Dios”. De esto se deduce que hay una posibilidad, tanto de salvación, como de condenación eternas, pues Jesús está hablando de la Vida eterna, la vida que sobreviene cuando el alma deja esta vida terrena para ingresar en la eternidad. Las palabras de Jesús también revelan la necesidad imperiosa de creer en Él, en Jesús de Nazareth, como Dios Hijo encarnado, que ha sufrido su misterio pascual de Muerte y Resurrección, que ha subido a los cielos, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para poder ser salvados de la eterna condenación.

         Esto justifica la actividad apostólica y misionera de la Iglesia Católica que, fundamentadas en las palabras de su Señor, recorre cielos, mares y tierra –y así lo hará hasta el fin de los días- en busca de almas para salvar. Porque estamos en esta vida para salvar el alma, creyendo en Jesús de Nazareth, pero en el Jesús católico, el Hijo de Dios encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y que nos insufla el Espíritu Santo en cada comunión.

 

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