(Ciclo
B – 2020)
Al contemplar el Pesebre de Belén, vemos a Quien es el
personaje central del mismo: el Niño, que yace en una pobre cuna, rodeado de su
Madre, de su esposo, de dos animales, un buey y un asno –que proporcionan calor
con sus cuerpos-; luego vendrán los pastores y los Reyes Magos, además de un coro
de ángeles celestiales. ¿Quién es este Niño del Pesebre? Ante los ojos del
cuerpo y ante la luz de la razón humana, aparece como un niño más entre tantos,
con la particularidad de que es el primogénito de una madre primeriza y que ha
nacido no en un palacio o en una rica posada en Belén, sino en una pobre gruta
que, en realidad, es el refugio de los animales que ahora lo rodean, el buey y
el asno. Sin embargo, si nos quedamos con sólo los datos que nos proporcionan
los ojos del cuerpo y la luz de la razón, nunca podremos ni siquiera acercarnos
y mucho menos penetrar en el misterio que se encierra en el Niño de Belén. El Niño
de Belén no es un niño más entre tantos otros; es un Niño sumamente especial,
porque es Niño-Dios, es decir, es Dios quien, sin dejar de ser Dios, se ha
encarnado en el seno virgen de su Madre y ha nacido milagrosamente en el Portal
de Belén. En otras palabras, el Niño de Belén es Dios Hijo, es la Segunda
Persona de la Trinidad que, por voluntad de Dios Padre y llevado por el Amor de
Dios, el Espíritu Santo, se encarnó en María Santísima y nació milagrosamente
en el Portal de Belén, para así dar cumplimiento al plan de salvación de la
Trinidad para la humanidad, porque este Niño, siendo ya adulto, habría de subir
a la Cruz, para entregar su Cuerpo y su Sangre para la salvación de los
hombres. Ese Niño, que abre sus bracitos de niño para abrazar a quien se le
acerca, es el mismo Salvador que, en la plenitud de su edad, abrirá sus brazos
en la Cruz, para abrazar a todos los que se acerquen a Él, para ser salvados. El
Niño de Belén, entonces, es Niño y es Dios: es el mismo Dios Hijo, que en
cuanto Dios es Invisible a los ojos humanos, que es adorado en la eternidad, en
los cielos y que ahora se encarna y nace de una Madre Virgen, para ser visible
a los ojos de los hombres y así poder ser adorado, por los hombres, en la
tierra. El Niño-Dios nace en Belén, Casa de Pan, para donarse a Sí mismo como
Pan de Vida Eterna en la Eucaristía. Al contemplarlo en el Pesebre, pensemos
que ese Niño, que abre sus bracitos para abrazar al que se le acerca, es el
mismo Jesús, Dios Hijo, que en la Eucaristía, Pan de Vida eterna, se dona a Sí
mismo, con todo el Amor de su Sagrado Corazón, a quien lo recibe con fe, en
gracia y con amor.
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