“Tus
pecados son perdonados” (Lc 5, 17-26).
En este Evangelio, además de revelarse la divinidad de Jesús, que por tener el
poder de perdonar los pecados, demuestra que es Dios, se prefigura además el
Sacramento de la Confesión.
Veamos
brevemente qué es lo que sucede en el episodio narrado por el Evangelio. El paralítico
acude a Jesús, llevado por sus familiares y amigos, para pedirle a Jesús no la
curación de su afección corporal, de su parálisis, sino para que le perdone los
pecados. Esto se ve claramente cuando Jesús, al tenerlo frente a Sí, no le cura
su parálisis, sino que le absuelve los pecados –algo que sólo Él, en cuanto
Dios y Sumo y Eterno Sacerdote, puede hacer- y sólo en un segundo momento,
cuando lee los pensamientos de los que lo acusan de blasfemo por perdonar los
pecados, sólo entonces, le devuelve al paralítico la salud corporal. Es decir,
primero le perdona los pecados y luego, en segunda instancia, le cura su
parálisis. Esto demuestra que Él es Dios, porque sólo Dios puede quitar el
pecado del alma, ya que sólo Dios tiene la Omnipotencia y el Amor necesarios
para hacerlo. Por otro lado, está prefigurado el Sacramento de la penitencia,
ya que el paralítico es figura del alma que, a causa del pecado, está
paralizada en su vida espiritual, sin poder erguirse y dirigirse por sus
propios medios hacia el Camino de la Salvación, el Camino Real de la Cruz.
Cuando el penitente se acerca al Confesionario, es como el paralítico en la
camilla; cuando el penitente recibe la absolución por parte del sacerdote
ministerial, es como el paralítico que recibe la curación de parte de Jesús: el
alma, sin el pecado y colmada con la gracia, se levanta de su nada y se dirige
hacia el Sol de justicia, Jesús Eucaristía, reconociéndolo como a su Salvador,
es decir, luego de confesar sus pecados, puede comulgar en gracia, puede
recibir a Cristo Salvador en la Eucaristía.
“Tus
pecados son perdonados”. Otro elemento que se destaca en el episodio es la fe
del paralítico, a la cual podemos compararla con la fe del penitente que se
acerca al confesionario para recibir la absolución de sus pecados: así como el
paralítico va en busca de Jesús para que cure su alma, absolviendo sus pecados,
así el penitente acude al confesionario para recibir la curación del espíritu,
el perdón de los pecados. Acudamos con frecuencia al Sacramento de la
Confesión, para recibir el bien más preciado que pueda existir en esta vida, la
salud del alma, puesto que anticipo y prenda de la salvación eterna.
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