sábado, 5 de diciembre de 2020

“Vengan a Mí, todos los que están fatigados y agobiados y Yo los aliviaré”


 

         “Vengan a Mí, todos los que están fatigados y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). El agobio y la fatiga sobrevienen al alma cuando el alma se vuelca a los bienes y placeres terrenos y no puede ser de otra forma, puesto que el alma ha sido creada para deleitarse con bienes, pero no con los bienes perecederos de la tierra, sino con los bienes espirituales y eternos. Es por esto que el alma que busca consuelo en esta vida pasajera y efímera y en los placeres que el mundo ofrece, termina inevitablemente por cansarse, fatigarse y agobiarse. El único alivio que en esta situación recibe el alma, proviene de Dios, proviene de Dios Hijo encarnado, proviene del Amor de su Sagrado Corazón, que se derrama a raudales sobre el alma por medio del Sacramento de la Confesión. Es allí, en el Sacramento de la Penitencia, en donde le es quitado al alma el peso que ella misma se procuró, deseando los bienes de la tierra y es allí en donde, por la gracia, recibe la iluminación interior, que viene de lo alto y que le indica el camino por donde debe transitar si verdaderamente quiere ser feliz, en esta vida y en la otra y es el Camino Real de la Cruz. Es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice que Él “aliviará” a quien acuda a Él, ya que esto lo hará Él quitando el peso del pecado por la gracia, pero al mismo tiempo, luego de quitado el peso del pecado, le dará el peso del amor de Dios, que es su “yugo”, la Santa Cruz, un yugo o un peso “ligero”, porque quien lleva la Cruz sobre sus espaldas, quien lleva la Cruz en la que están todos los pecados de todos los hombres, es Él, Jesucristo, y por eso es que su yugo, la Cruz, es “ligero”.

         Acudamos al Sacramento de la Confesión para quitarnos el peso del pecado y abracemos el suave y ligero yugo de Dios, la Santa Cruz, para encaminarnos al Calvario y morir al hombre viejo y así nacer al hombre nuevo, al hombre nacido “del agua y del Espíritu”, el hombre regenerado por la gracia santificante, convertido en hijo adoptivo de Dios y en heredero del Cielo.

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