(Ciclo
B – 2020)
En la Navidad, la Iglesia exulta por el Nacimiento de Dios
Hijo encarnado, que ingresa desde la eternidad en un pobre Portal de Belén. Se alegra
ante todo su Madre, la Virgen Santísima, que es Virgen y es Madre de Dios; se
alegra su Padre adoptivo, San José, varón casto, puro y santo; se alegran los
Pastores, que acuden a adorar al Niño que está recostado en un pesebre, porque
ese Niño es Dios y es el Salvador de los hombres. Por el Nacimiento del Niño
Dios, se alegra la Iglesia, se alegra la Virgen, se alegra San José, se alegran
los Pastores. Pero hay un grupo más –y muy numerosos- de seres que se alegran
por el Nacimiento del Salvador: los Ángeles de Dios. En efecto, los Ángeles,
los que permanecieron fieles a Dios y su voluntad de Amor, se alegran en el
Cielo, porque en el Cielo contemplan cara a cara a Dios Uno y Trino, que es
Alegría Infinita y Causa de toda alegría creada y participada. Desde el Nacimiento,
los Ángeles de Dios seguirán adorando a Dios, pero ahora oculto en la
naturaleza humana, en el cuerpo humano de ese Niño que se llama Jesús y además
de seguir adorándolo en la tierra, los Ángeles de Dios se alegran porque su
Dios, el Dios al que adoran en los Cielos, se ha encarnado y ha nacido y se
manifiesta a los hombres como un Niño recién nacido. Los Ángeles de Dios se
alegran porque El que es la Alegría Increada en sí misma, Dios infinito, se ha
encarnado y ha nacido en un pobre Portal de Belén: se alegran por Dios en Sí
mismo, porque Él es, como hemos dicho, la Alegría Increada en sí misma, pero
los Ángeles se alegran también por los hombres, porque si Dios se ha encarnado
y ha nacido y ha venido al tiempo y a la tierra de los hombres, como un Niño
recién nacido, es para comunicar a los hombres la Buena Noticia de la
Salvación, porque ese Niño, cuando sea ya adulto, subirá a la Cruz del Calvario
para extender sus brazos en la Cruz y vencer para siempre a los tres grandes
enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. Y no sólo eso:
Dios, que ha nacido como un Niño, y que vence en la Cruz a los enemigos
mortales de los hombres, en un exceso de Amor de su Corazón misericordioso,
concederá a los hombres la gracia divina, la cual los hará participar de su
naturaleza divina, de su ser divino trinitario, de su vida divina y de su
alegría divina. A partir del Nacimiento del Niño Dios, los hombres tienen un
verdadero motivo de alegría celestial y es que ha nacido el Redentor, quien
luego de derrotar a los enemigos de la humanidad, conducirá a los hombres al Reino
celestial, en donde los amigos e hijos de Dios gozarán de la Alegría de
contemplar a la Trinidad por toda la eternidad. Por esto es que se alegran los
Ángeles de Dios, al contemplar al Niño de Belén.
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